El trasfondo histórico-cultural del enfrentamiento Nietzsche–Wagner, por Anselmo Sanjuán

Imatge del llibre: Nietzsche, Cosima, Wagner: Porträt einer Freundschaft de Dieter Borchmeyer (2008). Editor: Insel Verlag GmbH.
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Anselmo Sanjuán, Catedrático de filosofía IES i Traductor del alemán.  

La frustrada amistad entre R. Wagner y F. Nietzsche es un hecho notorio y comentado a menudo, no sólo en los ámbitos culturales más selectos,  sino también en los medios de difusión masiva,  cine incluido.  Pero que sea notorio no quiere decir que sea bien conocido en el plano  humano ni, menos  aún, en el  político  y cultural. La vertiente personal de aquella dolorosa ruptura -dolorosa para ambas partes- ha sido frecuentemente deformada con elementos picantes como el de una supuesta rivalidad entre ambos personajes por el amor de Cósima, la mujer del compositor.  Pero, lo más que puede decirse al respecto es que Nietzsche sintió una gran admiración personal por ella y  que esperó en vano a que  mediara para propiciar una reconciliación. Puede que el filósofo llegara a sentir por Cósima un amor sublimado, algo que se trasluciría en el hecho de presentarla, en uno de sus poemas, como la Ariadna clásica abandonada por Teseo.  Wagner, por su parte, no dio jamás señal alguna de ver en su amigo el menor peligro para su matrimonio. Cósima sentía amistad sincera por Nietzsche y también se sintió dolida por su alejamiento personal y doctrinal respecto al modo de sentir y pensar de su marido. Que en determinadas situaciones  manipulara, en aras de la obra wagneriana, la admiración o devoción que Nietzsche sentía por ella, está dentro de lo posible.  

Hace ya más de quince años,  el periodista y crítico cultural J. Köhler publicó su libro El secreto de Zaratustra, que pretendía suministrar  la clave decisiva  para entender la obra del gran filósofo y también su abrupto alejamiento de Wagner: la supuesta homosexualidad del primero. Según Köhler, el extrañamiento se tornó irreparable cuando Nietzsche descubrió que Wagner había indagado, el verano del 77,  sobre aquel escabroso aspecto a través de uno de sus médicos de confianza, el doctor O. Eiser,  que también era devoto del compositor y fundador de una Asociación Wagneriana. Köhler, que ha descubierto detalles importantes más allá de los aportados por el principal biógrafo de Nietzsche, C.P. Janz,  muestra cómo Eiser llegó a romper el secreto médico por devoción a Wagner. Parece claro que el extremado interés de Wagner por la salud de su antiguo amigo y colaborador no se debía  exclusivamente al deseo de su restablecimiento. En su carta a Eiser (octubre de 1877), Wagner deslizaba esta sospecha: la quiebra recurrente de la salud de Nietzsche podría deberse a “una perversión en su pulsión sexual”.

En qué medida contribuyó tal desliz a la ruptura de todos los vínculos de amistad y compañerismo cultural entre ambos es difícil de precisar. No es, desde luego, la explicación suficiente de la  misma, pues en cartas de Nietzsche dirigidas a personas de su confianza y algo posteriores al descubrimiento de la intriga wagneriana –registrada por su parte con iracunda indignación-,  el remitente  da muestras de cierta esperanza en una reaproximación. Köhler lo interpreta como el disimulo de quien sabe que, a efectos de honorabilidad social, era mejor mantener todo el vidrioso asunto en total silencio. Sólo tres años después de la muerte del compositor se confió Nietzsche al exteólogo F. Overbeck en dolorido desahogo por la perfidia de Wagner a quien, de haber sido más joven, hubiera debido retar en duelo.   En cualquier caso, la bifurcación de sus cosmovisiones filosóficas y de los respectivos enfoques artísticos derivados de aquellas contribuyó también poderosamente a hacer irreparable la separación.  Fuese pérfida o simplemente malsana, aquella curiosidad de Wagner sobre la intimidad de su amigo y colaborador podría explicar no el ajuste de cuentas doctrinal contenido en los últimos ataques que éste le dirigió cinco años después de su muerte, pero sí su virulencia. El crepúsculo de los ídolos y El caso Wagner son, en efecto, escritos encaminados no sólo a criticar actitudes y preferencias estéticas, sino a dañar la  persona y memoria de Wagner.  Silenciando, por supuesto, la motivación profunda de aquella crítica tan hiriente que adquiere por momentos tonos de diatriba. ¿Tendrá  Köhler más razón de la que se le ha concedido hasta ahora?

El alejamiento de Nietzsche respecto al proyecto wagneriano y de su fundamentación filosófica schopenhaueriana es, en cualquier caso, anterior al desagradable incidente y  se fue materializando paso a paso a partir de 1874. En 1876, se inauguraron por fin los festivales de Bayreuth, de los que Nietzsche se despidió sin ver las últimas representaciones ni saludar al matrimonio Wagner. En su obra autobiográfica, Ecce Homo, describe con punzante  ironía la atmósfera en que transcurrió la inauguración y las  penosas servidumbres políticas  de su protagonista central:

Y no es ya que se me hiciera palpablemente claro lo indiferente e ilusorio del  ´ideal` de  Wagner; vi, sobre todo, que para los más directamente concernidos  no era el ideal lo más importante, sino que se tomaban más en serio y con más pasión cosas totalmente alejadas de aquel. Amén de aquella sociedad, digna de lástima, de  señores patrocinadores y mujercillas patrocinadoras y todo el ambiente amartelado, aburrido y antimusical hasta la náusea… allí se dio cita  toda la canalla ociosa de Europa y cualquier Príncipe de tres al cuarto entraba y salía de la casa de Wagner como si ello equivaliera a un nuevo deporte.

Lo de las “mujercillas” va, seguramente, por la Condesa Schleinitz, factótum  del Patronato Wagner y confidente de Cósima.

Ya en 1873, ante las dificultades económicas que afrontaba el proyecto de Wagner de construir en Beyreuth un teatro-auditorio para sus óperas, la reunión de delegados de  las Asociaciones Wagnerianas había encargado a Nietzsche escribir un manifiesto para la Bayreuther Blätter, revista fundada ad hoc para la gran empresa. Una vez redactado, Nietzsche le dio por título Mahnruf an die Deutschen (Grito de aviso a los alemanes).  El texto, incisivo y brillante según Cósima, fue sin embargo rechazado. Todos temían que sus  acerbas críticas  a la situación de la cultura alemana  ahuyentaran  a posibles  donantes de las clases altas. Aquel rechazo pudo muy bien ser el  primer elemento perturbador en la relación de Nietzsche con los Wagner y su entorno más próximo. Definía bien la discrepancia entre dos situaciones personales y el distinto modo de abordar  los problemas prácticos. Los Wagner podían alabar -y alababan sinceramente- las primeras Consideraciones Intempestivas de su amigo, que  denunciaban con acritud las tendencias culturales y políticas que amenazaban imponerse en Alemania: la arrogante autosuficiencia frente a la cultura francesa, el nacionalismo cultural, etc., porque, destinadas a una exigua minoría muy cultivada, no los comprometían políticamente. Al contrario: podían presumir de haber ganado para su empresa a un cultísimo filólogo de notable talento filosófico. La Intempestiva, Schopenhauer como educador, hizo las delicias del matrimonio por cuanto reforzaba la común complicidad  con la metafísica de  Schopenhauer. Pero el proyecto “Bayreuth”, el desafío de crear un potente centro cultural al margen de las grandes ciudades musicales, proyecto sostenido por millares de adherentes agrupados en las Asociaciones Wagnerianas y de lectores devotos de la Bayreuther Blätter, debía  tener muy en cuenta la mentalidad de la nobleza culta, o semiculta, y la de la burguesía rica, a veces caprichosa, a veces fatua y diletante de la cultura.  Como  agitador cultural de la revista, Nietzsche  podía resultar peligroso. Él, por su parte, debió captar certeramente el significado de aquel rechazo  e intuir que su influencia en el hogar de los Wagner tenía ciertos condicionamientos…  y también ciertos límites.

Nietzsche no escribió la última de sus Consideraciones Intempestivas hasta 1876. Se titula precisamente Wagner in Bayreuth. Si no tuviéramos los apuntes que dejó sin publicar durante el año de 1874, podría pensarse que, aun guardando cierta distancia, seguía manteniendo casi intacta su admiración por quien se estaba convirtiendo a grandes pasos en personaje de relevancia pública. Pero la afilada crítica de aquellos apuntes –que incluyen un implacable  juicio psicológico de Wagner como persona-, hacen dudar de la plena sinceridad de la Intempestiva en la que, sólo al final, aflora una objeción tímidamente crítica a la personalidad del autor del Parsifal. He aquí algunos párrafos de los apuntes:

“Primer problema de Wagner: ¿Por qué no se produce la impresión (musical), pese a que yo sí la registro?” Y Nietzsche responde situándose en la mente del compositor: “…la música no es de gran valor, tampoco lo son la poesía o el drama; el arte teatral es, a menudo, pura retórica, pero todo ello, fundido en una única cosa, se eleva hasta lo alto”. Tras elogiar sobriamente el empeño musical de Wagner, censura líneas más abajo lo que, a su parecer, constituye su quintaesencia personal, la propensión a la gestualidad teatral:

[…] su gran capacidad teatral, una capacidad desviada, que no se abre paso por el camino indicado: le falta para ello prestancia, voz y la necesaria moderación…Si Goethe fue un pintor malogrado y Schiller un orador malogrado, Wagner es un actor malogrado que se ha dedicado en especial a la música  [….] el peligro de la afectación acecha muy de cerca al artista […] Aunque no deba uno ser injusto exigiendo del artista la pureza y el desinterés propias de personas como Lutero,  en Bach y en Beethoven resplandecía una naturaleza más pura. Los momentos extáticos son en Wagner excesivamente violentos y no suficientemente genuinos; puestos en escena mediante contrastes demasiado fuertes.

Estas anotaciones críticas hacen, por lo tanto, pensar que la Intempestiva, laudatoria en su conjunto, dedicada a Wagner abrigaba el propósito de facilitar una reconciliación entre ambos. Cósima destruyó la carta que acompañaba el envío del escrito, pero los esbozos de la misma hallados entre los papeles de Nietzsche muestran una gran inseguridad e incomodidad en el remitente.

Lo dicho hasta ahora alude no sólo a la discrepancia de caracteres, sino también a las diferencias en las respectivas sensibilidades y enfoques artísticos. La  cuestión del antisemitismo, del que participaban Wagner y casi todo su entorno, sobrepasa también lo puramente personal. Tal cuestión  se hizo virulenta en la segunda mitad del XIX, cuando al inveterado antisemitismo religioso –Lutero inculcó a los suyos la idea de que convertir a un judío era tan imposible como convertir al diablo- vino a sumarse el antisemitismo racial, basado en una etnología pseudocientífica y políticamente interesada. Lo introdujo en Alemania otro entusiasta wagneriano, Wilhelm Marr, fundador, en 1879, de la Liga de los antisemitas y autor del libro El triunfo del judaísmo sobre el germanismo. Tesis de la obra: los judíos han aprovechado el liberalismo germánico para adquirir predominancia en la esfera económica gracias a sus características raciales. Éstas los convierten en una minoría  inasimilable.  Si el  antisemitismo religioso aguardaba una más que improbable conversión del pueblo deicida, el “científico” propugnaba ahora su expulsión en la Alemania del futuro.

El antisemitismo de Wagner era ostensible: aparte de las manifestaciones en ese sentido recogidas en el Diario de Cósima –algunas de pésimo gusto- publicó por dos veces, la primera con seudónimo, su obra El judaísmo en la música, dirigida en general contra la supuesta influencia perniciosa de los compositores judíos y en particular contra G. Meyersbeer y F. Mendelssohn-Bartholdy. Hablar de un “instinto judío” en la música y de “una repulsión instintiva frente al judío” por parte de los no judíos, abonaba el terreno al irracionalismo posterior que culminaría en el nacionalsocialismo: hay una ciencia judía y una ciencia aria. Poner el acento en lo biológico, lo instintivo, imposibilitaba cualquier debate cultural mínimamente objetivo. Pues si bien la historia veterotestamentaria de los judíos, su diáspora posterior en ambientes religiosos hostiles y las persecuciones padecidas intermitentemente contribuían a crear en ellos una fisonomía cultural distinta, era también patente que, a despecho de todo ello, los judíos emancipados habían abandonado en gran medida su antigua fe y se habían asimilado a fondo  a las distintas culturas nacionales, incluso mediante la conversión religiosa. Por ello resulta hoy sorprendente constatar en Wagner un antisemitismo tan primario.  Cósima no le iba a la zaga: cuando el gran pianista Josef Rubinstein (no se confunda con Arthur Rubinstein) se disgustó con Wagner en vísperas de los Festivales escribe en su Diario: “los ensayos de piano acaban con el despido definitivo de  Rubinstein, quien, una vez más, ha dado prueba de las tristes características de su tribu”.  Por lo demás, estaba convencida de que la nueva amistad de Nietzsche, el psicólogo P. Rée, “de natural frío y puntilloso, quien, visto más de cerca, da toda la impresión de un israelita” –era efectivamente de origen judío- estaba influyendo negativamente en Nietzsche y erosionando su sano germanismo. Tanto Wagner como Nietzsche quisieron combatir la decadence, pero el primero la veía en el judaísmo, del que quería, con ayuda de los mitos germanos, limpiar al cristianismo. Nietzsche, que aceptaba en principio, la integración judía en Europa como un elemento impulsor de su cultura, veía la decadencia en el nihilismo subsiguiente a la pérdida de vigencia de la metafísica y los valores cristianos, la “muerte de Dios”. La actitud de ambos ante el cristianismo es otra cuestión relevante de la que hablaremos en otro artículo.

Que el antisemitismo de los Wagner no era una simple excrecencia cultural determinada por el ambiente dominante lo evidencia el hecho de que el sustituto de Nietzsche como brazo derecho cultural para sus grandes proyectos fue el escritor y libretista  Hans von Wolzogen, quien también dirigió y editó la Bayreuther Blätter. Aparte de firmar algún que otro manifiesto de la Liga de los antisemitas, Wolzogen apoyaría más tarde a los nazis en cuya revista musical afirmó, en 1936, que Hitler encarnaba como nadie el espíritu alemán y era, en ese punto, el gran continuador de Wagner.

En el aforismo 251 de Más allá del bien y del mal, escrito  en 1885, lamenta Nietzsche que cuando un pueblo sufre fiebre en su “nervio nacional”,   vea perturbado su espíritu por:

pequeños accesos de estupidez: por ejemplo, en el caso de los alemanes de hoy, ora la estupidez antifrancesa, ora la antijudía, ora la antipolaca, ora la cristiano-romántica, ora la wagneriana, ora la teutónica u ora la prusiana (basta contemplar a esos pobres historiadores, Treitschke y Sybel con sus cabezas cubiertas por una gruesa venda).

Por lo que respecta a aquellos accesos y, particularmente, al antisemita, reconoce: “Téngase a bien el perdonarme que también yo, durante cierta breve y osada permanencia en un ámbito intensamente infectado, no quedase totalmente intocado por la enfermedad”. Alude, sin duda, a los años de intenso trato con el matrimonio Wagner. En lo que sigue, delimita aproximadamente el problema del antisemitismo en Alemania: los políticos más prudentes no rechazan de plano el sentimiento antijudío, aunque sí sus excesos  más deleznables. Cuando trata de precisar su propia posición, hace uso de una terminología afectada por el Zeigeist (el espíritu de la época): el instinto alemán, aún débil e indeterminado, se siente amenazado en su existencia por una raza más fuerte al verse incapaz de digerir el considerable quantum de sangre y espíritu judíos pues:

los judíos son, más allá de toda duda, la raza más tenaz y más pura de las que habitan Europa. Saben prevalecer bajo las condiciones más desfavorables (incluso mejor que bajo las favorables) gracias a ciertas aptitudes que muchos quisieran hoy estigmatizar como defectos.

Alaba el filósofo la resolución con que los judíos se adaptan a las ideas modernas y augura:

Un pensador que tenga sobre su conciencia el futuro de Europa habrá de contar por lo pronto, a la hora de contar en cualquiera de sus esbozos, con los judíos y asimismo con los rusos como factores más  seguros y más verosímiles en el gran juego y contienda de fuerzas.

Cotejando éste con otros textos alusivos a la misma cuestión, se evidencia que Nietzsche entiende por raza un grupo social con  inclinaciones y aptitudes psíquicas particulares, resultantes de su pasado histórico. El “pueblo”, concepto aún más complejo, puede integrar en su seno el acervo cultural de diversas razas. A la nación, la conceptúa  el filósofo más bien como res facta (algo hecho) que res nata (vinculada a una estirpe). A veces, añade en este mismo aforismo, tiene visos de res ficta (imaginada), con lo que su pensamiento se anticipa a las modernas teorizaciones sobre esa cuestión. Como filo –sofos (amante de la sabiduría), Nietzsche detestaba al historiador  Treitschke para quien la historia no tenía por objeto principal la búsqueda de la verdad, sino la formación del carácter nacional lo que exigía, entre otras cosas, contrarrestar la influencia “judaica”.                                      

Tanto el antisemitismo cristiano como el racial tuvieron fuerte impacto en el  Partido Conservador Alemán.  El pastor protestante Adolf Stoecker se propuso combatir a la socialdemocracia atrayendo sus masas a su Partido Obrero Cristianosocial. Derrotado éste electoralmente, Stoecker consiguió organizar a sus seguidores como “ala social” dentro del partido conservador e hizo anclar el antisemitismo en su programa. Tanto él como Treitschke consideraban que la socialdemocracia y el capitalismo financiero estaban infectados de judaísmo y propagaron la divisa “Los judíos son nuestra desdicha”, que los nazis hicieron más tarde suya. Stoecker llegó a predicador oficial de la corte imperial y ejercía fuerte influencia en el emperador; a veces, para desesperación de Bismarck. Cósima y Wagner, que no se sentían especialmente unidos al emperador  ni a Bismarck –ni uno ni otro apoyaron financieramente el proyecto Bayreuth-,  experimentaban un gran aprecio por Stoecker a quien se sentían unidos por su agitación antisemita.

Nada tiene de extraño que, a finales de diciembre de 1888, pocos días antes del colapso total de su salud mental y con un pie ya apresado por la locura, Nietzsche escribiera una nota en la que, asumiendo, por demencia o ironía llevada al extremo, el papel de Dios y en medio del “júbilo de los cielos” adopta sus primeras providencias para consolidar su reinado: “meter al Papa en la cárcel y hacer fusilar a Guillermo –el emperador recién entronizado-  a Bismarck y a Stoecker”. El encarcelamiento del Papa venía a cuento de su aproximación a Guillermo, que lo había visitado recientemente en Roma. El último escrito de Nietzsche, ya en estado de semilocura, debía llevar el título de Promemoria, una especie de Memorandum que, anunciaba a su amigo Overbeck, pensaba enviar a las cortes europeas instigándolas a formar una Liga Antialemana. No llegó a redactarla y sólo contamos con párrafos de su esbozo. He aquí algunos:

Quiero encorsetar al Reich en una camisa de fuerza hasta provocarlo a una guerra a la desesperada. No  sentiré libres mis manos hasta no tener en mi poder  al joven emperador con sus accesorios […] yo traigo la guerra. No entre pueblo y pueblo: no hallo palabras para expresar mi desprecio por la execrable política de intereses de las dinastías europeas […] Tampoco entre estamentos, pues como no tenemos estamentos elevados, tampoco los hay inferiores: lo que hoy está arriba está fisiológicamente condenado […] una guerra que esquive toda la casuística azarosa relativa al pueblo, el estamento, la raza, la profesión, la educación, la formación: una guerra como la que se da entre ascenso y ocaso, entre voluntad de vida y sentimiento de venganza contra la vida. Una guerra entre rectitud y mendacidad taimada […] El concepto de la política queda enteramente subsumido en una guerra entre los espíritus, todas las construcciones del poder han saltado por los aires – habrá guerras como no las hubo hasta ahora en la tierra. 

Unas líneas más abajo se desahoga contra los Hohenzollern:

Como aquello que debo ser, no es un hombre, sino un destino, quiero acabar con todos esos idiotas criminales que han tenido la última, la ultimísima palabra durante más de un siglo. Desde los días de Federico, el Gran Ladrón, no han hecho otra cosa que mentir y robar. Exceptúo únicamente a uno de ellos, al inolvidable Federico III, el más odiado y calumniado de toda esa estirpe — Hoy, cuando se ha encumbrado hasta lo más alto un partido deleznable y  la vergonzosa  pandilla cristiana siembra entre los pueblos la execrable semilla del nacionalismo […] su instrumento, el Príncipe Bismarck, el idiota  par excelence entre todos los hombres de Estado,  ha sido incapaz de pensar un palmo más allá de la dinastía de los Hohenzollern…

Precedieron a esta inédita Promemoria algunas cartas lúcidas en que  Nietzsche se muestra  muy preocupado por las maniobras –algunas secretas- de la política exterior de Bismarck, que elevaban el nivel de desconfianza en toda Europa. Cuando la prensa publicó el acuerdo Germano-ruso, contraído en secreto y en detrimento de Gran Bretaña, este Estado y sus aliados reaccionaron indignados. Alemania quedó infamada ante Europa, pero Bismarck reaccionó con un famoso discurso del que suele destacarse esta frase: “Nosotros los alemanes tememos a Dios y, fuera de él, a nadie más en este mundo” y anunció un plan de gran alcance para modernizar ejército y flota. El esbozo de la Promemoria exculpa a  Federico III, el “Emperador de los 99 días”, que murió de cáncer de laringe tras suceder a su tío en el trono y ese detalle  delimita aproximadamente la posición política de Nietzsche. Federico, casado con una hija de la Reina Victoria inglesa, era la gran esperanza de los círculos liberales  avanzados, deseosos de implantar en Alemania un sistema parlamentario similar al británico. Nietzsche, de temperamento artístico y filosófico, era apolítico, pero muy consciente de que la cultura no podía zafarse de las urgencias e influencias políticas. Por eso  prefería un Estado alemán  refractario al nacionalismo, al militarismo y al antisemitismo, el más apto para preservar la paz y propiciar una cultura realmente europea, libre de  ataduras estatales y nacionales. Él se sentía europeo antes que alemán.

También en ello difería de Wagner. El próximo capítulo,” El sentido de la historia y la visión del cristianismo en Nietzsche y en Wagner”, abordará otras divergencias no menos sustanciales.

Referencias

Burckhardt, Jakob, Weltgeschichtliche Betrachtungen, Edic. Digital, SPIEGEL ONLINE, Hamburg.

Freund, Michael (1975), Deutsche Geschichte, München, Bertelsmann.

Janz, Curt Paul (1981), Friedrich Nietzsche, Band I), München, DTV

Nietzsche, Friedrich (1988), El Anticristo (cap. 47), Zaragoza, Editorial Yalde.

– (1982), Genealogía de la moral (II, cap. 24), Madrid, Alianza Editorial

– (1969) Menschliches, allzumenschliches, Band I, Berlin, Ullstein Verlag

– (1985), Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Madrid

Ross, Werner (1984), Der ängstliche Adler, München, DTV.

Köhler, Joachim (1992), Zaratustras Geheimnis, Berlin, Rohwohlt Verlag.

Wagner, Cosima (1983), Tagebücher, München, Piper Verlag.

Per citar l’article: Sanjuán, A. (2016). El trasfondo histórico-cultural del enfrentamiento Nietzsche –WagnerCatxipanda,(2)Recuperat (data de visualització), a https://catxipanda.tothistoria.cat/CT5rf

 

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