Soledad Bengoechea, Historiadora
El golpe de Estado constituye una violación y falta de reconocimiento hacia la legitimidad constitucional ya que atenta contra las reglamentaciones legales de llegada y permanencia en el poder. Es posible distinguir entre dos grandes tipos de golpes de Estado: el golpe institucional es aquel que tiene lugar cuando llegan al poder ciertos integrantes del propio partido en funciones, mientras que el golpe de carácter militar es concretado por las fuerzas armadas. Las siguientes páginas versan sobre este último modelo, pero con una peculiaridad: este fallido golpe de estado militar del que aquí se va a hablar fue impulsado por la presión de grupos económicos que pretendieron desestabilizar el sistema liberal. Veamos ahora sus precedentes más inmediatos, su gestación y posterior fracaso.
Un Segundo Congreso Patronal Español y un locaut en Barcelona
Entre el 20 y 26 de octubre de 1919, en el Palau de la Música de Barcelona se celebró un Segundo Congreso Patronal Español. Convocado por la reorganizada Federación Patronal de Barcelona, importante organización empresarial, contó con el apoyo del Fomento del Trabajo Nacional y del resto de corporaciones económicas. Su posición política fue la respuesta a ciertos elementos que confluyeron en el tiempo: la radicalización del movimiento obrero, la escalada de atentados personales, los desajustes económicos ocasionados por la pasada primera Guerra Mundial, la actuación de un estado que se mostraba reformista como medida preventiva ante la conflictividad (el 3 de abril, por ejemplo, había decretado las ocho de jornada laboral), y que no accedía a las demandas corporativistas formuladas por una parte importante de la patronal catalana: la implantación de la sindicación profesional obligatoria y única para patronos y obreros, con la cual se pretendía extirpar de raíz la “cuestión social”. La razón última de este Congreso fue declarar un locaut (un cierre patronal), primero en Barcelona, después en toda España. Mediante esta medida los patronos pensaban conseguir el fin perseguido: acabar con la CNT, sindicato revolucionario que ocasionaba los conflictos.
Dado que el gobierno declaró el locaut ilegal, y que el proyecto anunciaba el estallido de una gran dosis de violencia, para que resultase operativo la patronal buscó ayuda en el ejército. El último día de celebrarse el Congreso, el presidente de la Federación Patronal se entrevistó con el capitán general de Cataluña, Joaquín Milans del Bosch. Y el 3 de noviembre comenzó el locaut en Barcelona. Primero parcial, el uno de diciembre el cese devino total y se prolongó hasta el 26 de enero de 1920: ochenta y cuatro días sin trabajo y sin salario para los trabajadores.
El Tandem Perfecto: Patronal y Ejército
A lo largo del cierre patronal la situación de Barcelona se radicalizó. El cinco de enero de 1920 una mano anónima disparó contra el presidente de la Federación Patronal, que salió ileso, pero el gobierno no clausuró definitivamente la CNT. El tandem formado por Milans del Bosch y los empresarios le desafió, amenazándole con una insubordinación. Forzado por el gobierno, Milans presentó la dimisión. Para sustituirle en el cargo de capitán general de Cataluña se escogió al anciano general Valeriano Weyler. Cuando la noticia llegó a Cataluña muchos sectores de las clases económicamente dirigentes se soliviantaron y sesenta mil somatenistas salieron a la calle en apoyo de Milans, al que se requería que se “pronunciase”.
Pero de todas las movilizaciones que el anuncio de la marcha de Milans provocó la más destacada fue la que protagonizó el estamento militar, descontento con los políticos (entre otras cosas porqué hacía cinco años que no se aprobaban unos nuevos presupuestos militares), y con importantes divisiones en su seno, sobre todo entre africanistas y peninsulares. Su movilización se puede explicar por la tradición intervencionista del ejército y por el lugar privilegiado que ocupaba en aquella sociedad. Sin duda, dada la importancia y las características de la agitación militar, ésta representó un precedente directo del golpe de estado de Primo de Rivera en 1923. El gobierno constitucional, que operaba sin una base firme de partidos, padeció la presión de los poderes económicos y la vuelta de los generales a la política.
Según indica una carta anónima, pero que se puede interpretar que era de un militar, dirigida al liberal conde de Romanones, anterior jefe de gobierno, todo empezó el mismo día que Milans presentó la dimisión. Entonces, con la finalidad de discutir la cuestión de la dimisión del capitán general, un grupo de alborotados oficiales juntistas (las Juntas de Defensa fueron unas organizaciones corporativas legalizadas en España en junio de 1917) se reunió en el Casino Militar de Barcelona. El estado de ánimo de los reunidos era crispado, hasta el punto de que el autor de la citada carta comentaba: “es imposible dar idea de la serie de enormidades que en la reunión se expusieron y del estado de los ánimos de todas estas masas turbulentas”. Para que el protagonismo de la insubordinación no quedase en manos de los juntistas, en medio de la reunión hizo acto de presencia un general del cuerpo de artillería. Dio orden de que no se tomase ningún acuerdo, dado que ya se reunían los generales para tratar el asunto. Antes de marchar los encorajó diciendo: “No tendría “pelotas” la guarnición si consentía la salida de Milans”.
La reunión que preparaba la rebelión estaba formada por varios generales entre los que puede citarse a Castelflorite, Losada y Canalas. También se encontraba presente el hombre que ocupaba el cargo de gobernador militar de la provincia, el general Severiano Martínez Anido. Contando con la presencia de Anido, se decidió seguir la táctica de seguir para impedir la dimisión de Milans. Dado que se acordó amenazar al gobierno con un golpe de estado, puede decirse que Anido formaba parte de aquella conspiración.
Se llegó al acuerdo de que fuese el jefe del estado mayor, Tourne, el encargado de ir a Madrid “con la misión que todos conocen”. Es interesante conocer la opinión del firmante anónimo de la carta: “Abusaron de la caballerosidad y generosidad de Tourne embarcándolo por ser el que menos tiene que perder de todos materialmente”. El programado viaje de Tourne pretendía poner al corriente a la guarnición madrileña –y probablemente al rey- de la resolución que habían tomado los militares de Barcelona –los juntistas y los generales-; en definitiva: de la posibilidad de una insubordinación inminente. Resuelto el viaje, Tourne preguntó a los presentes si todos estaban de acuerdo en llevar a la práctica la misión. La unanimidad de la respuesta evidenciaba que el sustituto de Milans, Weyler, no solo no ofrecía la imagen requerida por la patronal, sino que tampoco no la daba para una gran parte de los militares.
De momento la guarnición de Madrid secundó la insurrección: cuando Weyler salió de Madrid camino de Barcelona ésta no bajó a despedirlo. Pero el ministro de Marina encorajó al general: “Mucha suerte, mi general, la marina de guerra está a su lado”. Y también el ministro de la Guerra animó a Weyler: “La suerte que usted corra en Cataluña es la mía”.
Mientras, en Barcelona, la conspiración contra Weyler y a favor de Milans continuaba. Un grupo de militares rebeldes estuvo a punto de salir hacia Reus en automóviles de la Federación Patronal para impedir que Weyler llegase a la ciudad condal. Pero el general Arturo Ceballos, que tenía el mando de Barcelona en sustitución de Milans, impidió el viaje. Reunió en su despacho a todos los generales y jefes militares y ordenó formar a la guarnición para la llegada de Weyler, pero éstos se negaron a secundar las órdenes. Mientras, en el Casino Militar otros militares elaboraron un plan para conseguir que Milans no marchase. Decidieron dar a Weyler tres días para que abandonase la ciudad. En caso contrario, “procederían”. Al recibir la noticia Weyler sonrió “ante lo perentorio del plazo” y aseguró que hasta que el gobierno no lo pidiese no abandonaría Barcelona. Según el autor de la carta, la negativa promovió “una nueva reunión de masas en el Casino en donde se discutió de lo lindo y se expusieron criterios radicales preconizándose, incluso, el atentado personal contra el conde de Romanones a quien el primer día acordaron que había que apartarlo de la gobernación del estado y no se cuantas majaderías más”.
No obstante, antes de saltarse la legalidad, los insurrectos enviaron un emisario a conferenciar con el rey y a felicitar a la guarnición madrileña por su comportamiento. También emplazaron al gobierno dándole un nuevo término: “que finara el lunes a las doce y treinta de la noche para la reposición de Milans o para que dimita [el gobierno] en pleno aunque se quede ya Don Valeriano [Weyler] o venga otro y comunicar todo esto a los directorios para que, si no se hace, acuerden lo que proceda poner en práctica”. La amenaza no ocultaba dudas: el golpe de estado era inminente. Pero Alfonso XIII aún no estaba preparado para asumir aquella aventura, no tenía todavía el ejemplo de Mussolini, que en 1922 dio un golpe de estado pero el rey de Italia continuó en el cargo. Además, estaba atemorizado porqué una comisión parlamentaria estaba a punto de dar a conocer sus conclusiones respecto a su responsabilidad personal en el asunto de Annual. El monarca envió a Tourne a Barcelona con la misión de aconsejar “templanza” hasta que se aprobasen los presupuestos para el ejército. Al tiempo, llegó “el directorio de infantería y creo que alguna otra junta de ahí con el encargo del ministro de aconsejar cordura”. Con estas medidas la agitación militar se fue calmando; Weyler continuó en su cargo de capitán general de Cataluña y el gabinete se mantuvo en el poder hasta que se aprobaron los nuevos presupuestos.
En este punto cabe preguntarse: ¿por qué este intento de golpe de estado protagonizado por militares barceloneses, que contaban con el apoyo de una parte de la patronal, no cuajó? Probablemente la respuesta se ha de buscar en la división del ejército, en la actitud del rey, e, igualmente, en el hecho de que los empresarios catalanes no consiguieron “exportar” al resto de España el locaut que se desarrollaba en Cataluña. En este marco, la insurrección catalana no tuvo fuerzas para imponerse al gobierno liberal, que contaba con el soporte de una parte de los militares. Probablemente, estos ingredientes fueron los que impidieron que el golpe de estado de 1920 convirtiera a España en la primera dictadura de derechas posterior a la Primera Guerra Mundial.
Referencias
Bengoechea, S. (1998). El locaut de Barcelona (1919-1920). Barcelona:Curial.
Per citar aquest article: Bengoechea, S. (2015). Catxipanda, 2(1). Recuperat (data de visualització) http://wpu.ir/d40lv