El bello Danubio negro: la extrema derecha en Hungría, por Soledad Bengoechea

New Hungarian Guard unit at Jobbik rally in Budapest (photo: Orange Files).
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Soledad Bengoechea, historiadora

¿Qué es la identidad nacional húngara? A partir de la lectura que hace de la historia el Jobbik, partido húngaro autodefinido como derecha radical y tradicionalista, su programa político y social se inspira en ella para hacer sus propuestas. Como prueba de su tradicionalismo, Jobbik eligió como emblema el que se considera  símbolo más antiguo de Hungría, las barras de la Casa de Árpád. Esto produjo cierta controversia, ya que los fascistas húngaros del período de entreguerras usaron la misma simbología. La historia le sugiere, asimismo, un conjunto de valores que encuentran una forma de expresión en entornos que van, desde medios digitales neonazis, clubes de seguidores de fútbol y gimnasios, pasando por patrullas de defensa ciudadana que actúan de manera ilegal o en una zona gris, pandillas de cabezas rapadas y una suerte de “contracultura” –desde conciertos de rock hasta exhibiciones ecuestres. En Hungría hay otro partido de derechas que aquí ahora no se va a tratar: el Fidesz, liderado por Víctor Orbán actualmente en el poder. El partido Jobbik es el principal rival político del primer ministro Orbán que ha virado a la derecha radical y xenófoba para apuntalar su poder en el país, pero, no obstante, debido a su contienda electoral, en según que temas estos dos partidos van entrando en simbiosis. Hay una ausencia flagrante en todas las declaraciones de ambas formaciones políticas: la cuestión social.

La Hungría irredenta

Lo que conocemos comúnmente como “irredentismo” es la manera romántica de expresar lo que siempre se ha entendido como “reclamación territorial”, pero añadiendo el adorno de ser por motivos étnicos, de lengua o de cultura, e incluso con las intenciones de proteger a lo que en otros países vecinos son minorías del propio. El movimiento irredentista nació en el siglo XIX de la mano de la reunificación italiana, donde algunos sectores nacionalistas quisieron seguir agrandando territorialmente el país. En las décadas sucesivas, este expansionismo se hizo popular en Europa, especialmente tras el fin de la Primera Guerra Mundial. 1918 marcó el ocaso de los viejos imperios europeos y el de Austria-Hungría sería troceado y dividido en mil partes. Casi un siglo después, la tendencia a crear nuevos y cada vez más pequeños estados continúa.

Según Fernando Arancón, los húngaros probablemente se sientan como uno de los países peor tratados por la historia. Siempre han estado sometidos a algún poder extranjero y por su posición se han visto arrastrados a todos los grandes conflictos vividos en el continente en los últimos siglos. Como pueblo, al encontrarse habitualmente en entes políticos más grandes que lo que era la propia Hungría – si es que alguien tenía claro lo que era Hungría – los húngaros se encontraron diseminados por varios países cuando este estado nació tras la disolución austrohúngara.

Tal vez por ello, uno de los países que mejor simboliza esta idea del irredentismo y de gran país es Hungría. En los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, el almirante Horthy, dictador húngaro, decidió recuperar los territorios que la Gran Guerra le había arrebatado a su país. Tras ser troceada Austria-Hungría en el Tratado de Trianon de 1920, de los casi diez millones de húngaros que vivían en el ya inexistente imperio tres millones quedaron fuera de las fronteras de la joven Hungría en territorios que pasaban a Rumanía, Checoslovaquia, Austria y a lo que sería después Yugoslavia. Todo eso es lo que Horthy, de la mano de Hitler, se propuso recuperar. Con la derrota, el país magiar perdió todo lo ganado en los años de la guerra, volviendo al tamaño que se había establecido después de la Primera Guerra Mundial (en 1920), que es el que mantiene actualmente. Pero las pegatinas que representan la Gran Hungría (18867-1918) florecen en los parabrisas traseros de los coches, cuyos propietarios no son necesariamente de extrema derecha

Por lo general, en Hungría, como en otros países del este de Europa que habían estado tutorizados bajo el poder soviético durante medio siglo, una vez que la URSS cayó se produjeron movimientos identitarios muy fuertes buscando su singularidad como nación. Más tarde, en su reentrada en un bloque como la Unión Europea (UE), muchos votantes de aquella zona están optando por una opción que les permita mantener esa identidad.

Actualmente ya poco queda de aquella moda irredentista, pero sí que existen pequeños conatos por Europa que persiguen integrar zonas de otros países, especialmente en aquellos con fuerzas políticas asentadas de marcado carácter nacionalista que casi podríamos calificar de extrema derecha. Así, Arancón sostiene que en la actualidad, los grupos de derecha radical húngaros, ejemplificados en el Jobbik, reclaman que los territorios que formaban parte de Hungría cuando aún existía el Imperio Austrohúngaro vuelvan a estar gobernados desde Budapest. Estas pretensiones incluyen la totalidad de Eslovaquia, el norte de Croacia hasta el Adriático – lo que supone la mayor parte del territorio croata –, la región serbia de Voivodina, la región rumana de Transilvania y una pequeña franja territorial que linda entre Austria y Hungría.

 Kárpátia, grupo rockero de extrema derecha

La noche de mediados de agosto de 2016, la periodista francesa Evelyne Pieille estuvo de enviada especial de Le Monde Dipomatique (en español) en una pequeña ciudad cerca del lago Balatón, en Hungría, con motivo de un concierto del grupo  Kárpátia, un grupo musical húngaro de estilo rock, de extrema derecha, formado el 2003, significativamente igual que Jobbik. El nombre del grupo está ahí para recordar que los Cárpatos fueron húngaros en otra época. Extremadamente popular (da unos cien conciertos al año) reclama “justicia para Hungría” (título de uno de sus álbumes). Con ello denuncia precisamente el Tratado de Trianon de 1920. Además de componer temas propios, el grupo trabaja en la elaboración de canciones húngaras del pasado. Su temática suele estar relacionada con acontecimientos antiguos o con algún libro. El grupo está formado por Attila Bankó (batería), Tamás Bíró y Levente Csizér (guitarra), Gábor Galántai (teclat), y János Petrás, voz y guitarra. En sus cantos, Petrás alaba la Hungría arcaica, un país imaginariamente “puro” habitado por descendientes de guerreros enamorados de una tierra que ganaron por la fuerzas de las armas. 

Los seguidores de Kárpátia, grupo radicalmente anticomunista, suelen ser los sectores más reaccionarios de la sociedad húngara, de simpatías descaradamente filonazis. Los dictadores Miklós Horthy y Fereny Szálasi (aliados de Hitler), que serían los equivalentes magiares de Franco i José Antonio Primo de Rivera, son presentados como héroes, aunque  masacraron cruelmente la población de origen judío.

Kárpátia, alienado con el  ideario del partido xenófobo Jöbbik, es actualmente enemigo de minorías étnicas como los gitanos. A todo esto se le debe añadir el irredentismo hacia los territorios extranjeros poblados por fuertes minorías húngaras, especialmente en Rumania. La reivindicación de Transilvania (Érdely) como parte integrante de Hungría es una constante en las letras de sus canciones, lo que hace vibrar a los espectadores, a pesar de que los húngaros siempre han sido minoritarios en este territorio.

En sus conciertos, sigue Pieiller, Kárpátia hace servir una simbología representativa de la extrema derecha, como la preferencia del pendón bicolor de Árpád (5 barras rojas encima de un fondo blanco) a la bandera tradicional y oficial de Hungría, tricolor e introducida por los liberales en el siglo XIX. El grupo evoca también las tropas húngaras que lucharon en Rusia al lado de la Wehrmacht, así como del partido fascista de los años treinta de la Cruz Flechada, equivalente magiar de Falange Española.

Pieille informa ampliamente del evento. Según ella, en el concierto, al que asistieron unas ochocientas personas, entre ellas numerosas familias, estuvo presente el “metalero” (tribu urbana que escucha y prefiere música heavy-metal) de forma masiva. Por doquier se veían cabezas rapadas o pelo largo a lo Conán el Bárbaro,  grandes anillos con calaveras, tatuajes y camisetas que llevaban inscripciones con caracteres rúnicos, escritura antigua que era utilizada por algunos pueblos germánicos del norte de Europa entre los siglos III y XVII y que en la actualidad se puede encontrar en las calles de algunas localidades que son feudos de la extrema derecha. Otras camisetas portaban  mapas geográficos dibujados. ¿Por qué la presencia de mapas geográficos en un concierto de rock? Porqué desde el siglo XVII las fronteras húngaras han sido cambiadas en cinco ocasiones. Como telón de fondo, la imagen del esqueleto de un pájaro que evoca un águila heráldica pero que en realidad remite al “turul”, el ave mitológica que habría acompañado a los magiares en su conquista de las llanuras del Danubio.

Todo se desarrollaba normal en el concierto hasta que empezaron a enarbolarse banderas habitualmente reservadas para los partidos de fútbol. Entonces los ánimos se enfervorizaron. La mayoría de estas banderas no se correspondían con la nacional. Algunas se le parecían, pero, además de las franjas horizontales, roja, blanca y verde, en el medio figuraban dos ángeles que sujetaban un blasón: se trata de la bandera del reino de Hungría. (El Reino de Hungría, la “Hungría histórica” se formó a partir del antiguo Principado de Hungría con la coronación de Esteban I en el año 1000. canonizado, es el santo patrón de Hungría).

Otras presentaban variaciones alrededor de las bandas horizontales rojas y blancas, lo que no suele agradar a los asistentes que no se sienten inclinados por la derecha extrema. Estos colores, que remiten a la dinastía de los Árpád, es el nombre de una dinastía noble de origen magiar fundada por el Príncipe Árpad en 890 –fundadores del reino- (Esteban era descendiente de esta dinastía) son utilizados por los que dicen que son los “húngaros auténticos” ; y, sobre todo, fueron los del Movimiento de las Cruces Flechadas,   partido político fascista pro-alemán y antisemita, semejante al Partido Nazi,   fundado en 1939 que permitió que entre los judíos enviados a Auschwitz, uno de cada tres fuera húngaro.

Pero, sin duda, los estandartes más exóticos que ondeaban los seguidores ultras, y los que más fervor despertaban, eran los de color azul con una franja amarilla que los atraviesa, enarbolando un sol y una media luna: es la famosa bandera de la Transilvania perdida.

Evelyne Pieiller señala que en este tipo de manifestaciones también se expresa el rechazo a otro tipo de ocupación: la que ejerce el capitalismo. La Gran Hungría recuerda la época, idealizada pero evocadora, de la soberanía popular y nacional. Señala que el país ha sufrido de forma traumática su “apertura” hacia el oeste. La coalición liberal-socialista en el poder en los años 1990 acató obedientemente las exigencias del Fondo Monetario Internacional y puso en marcha una fuerte austeridad presupuestaria. El desempleo aumentó de forma alarmante y, en 2004, año de la adhesión a la UE, el 80% de las grandes empresas eran propiedades extranjeras, así como el 80% de los bancos. Si se añade a esto la galopante corrupción, puede verse el porqué las elites de izquierda provocan desconfianza de manera amplia, al igual que las promesas de progreso económico asociado a la liberalización de los mercados.

Por ello cuando el Fidesz-Unión Cívica Húngara, el partido del jefe del gobierno Víctor Orbán, se acerca al imaginario del Kárpátia, también lo hace sobre la base de estos rechazos.

En definitiva, aunque no deja de resultar curioso que un patriotismo ferviente de este tipo reúna a un público a menudo en la treintena y que muestra signos de modernidad desenfadada, una mirada a las condiciones económicas en las que se encuentra el país ayuda a entender mejor esta ilusión de vuelta a un pasado idealizado.

El Jobbik, ni de izquierdas ni de derechas

El Movimiento por una Hungría Mejor (en húngaro, Magyarországért Mozgalom, abreviado comúnmente como Jobbik), es uno  de los partidos ultraderechistas más importante de la Europa del este. Algunos analistas le dedican calificaciones diversas, como fascista, neofascista, neonazi, extremista, racista, antisemita, anti-gitano y homófono. Fundado en el 2003, sus líderes lo califican “de extrema radical”. Su origen más inmediato se encuentra en la Asociación de Jóvenes de Derechas fundada en 2002 por estudiantes universitarios católicos. Una persona clave en este proceso fue Gergely Pongrátz, anticomunista visceral, líder del levantamiento contra la URSS de 1956, antigitano y antisemita, quien afirmó en el discurso inaugural de la formación que la antorcha está ahora en vuestras manos, sois vosotros quienes tenéis que sostenerla. Sois el espíritu y los valores de aquellos camaradas que murieron en 1956. Vosotros tenéis que seguir adelante.  El partido tiene una revista, titulada “Barricada”.

Según el analista húngaro Biró-Nací, ideológicamente el Jobbik  declara que no es ni de izquierdas ni de derechas y se presenta como una fuerza política extremadamente radical, opuesta al sistema político imperante. Tras ser elegido por primera vez diputado en las legislativas del 2010, el presidente del Jobbik, el profesor de historia Gábor Vona, con 32 años se presentó en el Parlamento, vestido con el uniforme de un grupo paramilitar, afirmando que “en cuanto podamos, eliminaremos el sufragio universal”. Una frase de su presidente: “Debemos explicar a la gente que no es útil esperar regalos de la burguesía y que, si queremos algo, debemos luchar por ello” puede llevar a pensar que es un partido de izquierdas, pero Gyula Thürmer, presidente del Partido Obrero Húngaro,  lo desmiente y va más lejos al afirmar que:

Existe en Hungría un partido de extrema derecha, el Jobbik, que es un producto del capitalismo húngaro y que tiene una tarea principal: manipular a las masas con consignas pseudo-radicales y pseudo-anticapitalistas, al mismo tiempo que dificulta el fortalecimiento de las fuerzas comunistas. Si en el año 2010 no hubiera existido el Jobbik, el Partido Obrero habría recibido el apoyo de los insatisfechos con el capitalismo y habríamos entrado en el parlamento.

Y Thürmer afirma contundente que la política del Jobbik únicamente parece anticapitalista, pero de hecho lo que hacen es proteger al sistema capitalista.

A Vona le gusta dirigirse a sus electores con este encabezamiento: “Queridos descendientes de Atila”. Según el eurodiputado de Podemos, Miguel Urbán, en un claro guiño irredento el partido defiende los valores e intereses húngaros dentro de sus fronteras y de la extensa comunidad magiar que reside en los países cercanos, para los que pide la audeterminación. De hecho, el partido defiende la plasmación de la Gran Hungría. Un ejemplo, demanda una “autonomía territorial” para el país Székely en Rumanía i desea hacer de la Rutenia Trancarpática un distrito húngaro independiente.

Para la periodista francesa Pieiller, el Jobbik, que se define menos como un partido que como una “comunidad”, también se reivindica heredero del cristianismo. Pero parece que sus electores y su propia cultura sean neopaganas, sensibles a una espiritualidad relacionada con los poderes mágicos y ancestrales del espíritu de la Naturaleza.  Y los líderes del partido sostienen que los más cercanos a las supuestas raíces nacionales húngaras son los pueblos de Asia

En las elecciones parlamentarias de 2010, el Jobbik experimentó un ascenso impresionante, obteniendo un 16% de los votos y convirtiéndose en la tercera fuerza política del país con 47 de los 386 asientos de la Asamblea Nacional de Hungría. En las celebradas en 2014 volvió a subir en su apoyo electoral, recibiendo esta vez un 20,5% de los votos. Sin embargo, debido a una reforma del parlamento, el número de parlamentarios bajó de 389 a 199, y por esta razón Jobbik obtuvo un menor número de escaños. Tres de sus miembros se sientan en el Parlamento Europeo, y eso que son eurófobos. Ya en el 2004 Jobbik fue el único partido que se mostró abiertamente escéptico ante la entrada de Hungría en la UE, bajo el lema “Hungría: Posible, Orgullosa, Independiente”.

En las elecciones húngaras de 2014 participó el 61,24% de censados. Los resultados fueron  los  siguientes:  Fidesz –  Derecha nacionalista-  (Vktor Orbán): 44,54%;  Unidad  -Bloque Socialista- (Attila Mesterbázy): 25,99%; Jobbyk –Derecha extrema-  (Gábor Vona):  20,54% y La Política Puede Ser Diferente – ecologista- (András Schiffer): 5,26%.

A nivel internacional, el Jobbik mantiene relaciones con varios partidos ultraderechistas europeos en la “Alianza Europea de Movimientos Nacionales”.

¿Sólo los jóvenes votan al Jobbyk?

Para muchos jóvenes húngaros, el Jobbik representa el partido anti-élite, el que va en contra de un sistema que ha estado dominado desde la caída del comunismo por unos partidos que han fracasado a la hora de responder a las necesidades básicas de las nuevas generaciones. Desde que Hungría ingresó en la UE, en el 2004, gracias a la apertura de fronteras medio millón de jóvenes se han ido del país, “lo mejor de lo mejor, una enorme pérdida”, apunta un destacado diputado de este partido radicalmente antieuropeo, Márton Gyöngyösi, de 39 años, hijo de diplomático y que creció en Oriente Próximo y Asia, entre Egipto, Irak, Afganistán y la India.

A falta de más datos, la frase siguiente emitida por Gyöngyösi indica que el partido es la expresión mayoritaria de una militancia joven: “Hemos crecido por todo el país y tenemos una base de votantes jóvenes muy importante”, “Contamos con el apoyo del 53% de los jóvenes menores de 35 años y en las universidades ya somos el partido con más fuerza”, añade en su despacho del Parlamento con unas extraordinarias vistas al Danubio. Es destacable, e importante, que estas declaraciones concuerden con las realizadas por el eslovaco Lukáš Likavčan. Este analista informa que, hace unas semanas, la ONG de este país del este:

Instituto de Cuestiones Públicas (IVO)” publicó los resultados de una encuesta cuantitativa centrada en el comportamiento en línea de los jóvenes eslovacos. Pues bien, llegó a una  conclusión que resulta, cuando menos asombrosa: el partido con el mayor apoyo de los votantes de entre 18 y 39 años (aunque sigue siendo algo cuestionable si las personas de mediana edad deben ser considerados “jóvenes eslovacos” ) fue el Partido Popular de Nuestra Eslovaquia (Ľudová strana Naše Slovensko – ĽSNS) dirigido por el “infame líder fascista Marián Kotleba.

Estos jóvenes, a los que en más de un país se les denominaLos Millennials, serían personas menores de 30 años, “egocéntricos, muy listos y preparados académicamente que nacieron bajo el paraguas de la prosperidad económica”. Algunos autores definen el fenómeno como: “Millennials: la generación malcriada que quiere cambiar al mundo”.

Sin desdeñar el hecho de que el partido se nutra de militantes y votantes de gente joven atraída por la verborrea irredentista, xenófoba y racista del Jobbik, no puede obviarse el discurso que de él se desprende ambiguamente anticapitalista. Y, en este sentido, hay que tener en cuenta cuáles son las condiciones económicas y sociales de la Hungría actual que han podido llevar a muchas personas a votar al Jobbik  atraídas por su cato de sirenas. Para ello vamos a ofrecer unos datos que nos proporciona de nuevo el político socialista Gyula Thürmer: Hungría tiene unos 10 millones de habitantes y el salario mínimo oficial son 334 euros mensuales, pero entre 4 y 5 millones de personas viven con menos de 210. Un millón y medio no pueden pagar sus deudas y la pobreza se ha convertido en un problema social fundamental. Desde el cambio del sistema social en 1990, la gente ha ido utilizado sus recursos materiales y financieros. Ahora pueden comprar un coche o un piso únicamente si consiguen un crédito de un banco, de forma que actualmente la mayoría de la población está muy endeudada. Como resultado de la crisis, un gran número de personas han perdido el empleo y ahora no pueden pagar las deudas, lo que crea una situación muy peligrosa.

Thürmer afirma que en 1990 cambió el sistema social de Hungría y casi toda la economía está hoy en manos privadas. El 80% del PIB es producido por el capital privado y el poder político pertenece a la clase capitalista. La OTAN y la UE sirven como garantía internacional del sistema basado en la economía de mercado y en la democracia de tipo occidental.

Y termina diciendo que tras la crisis de 2008 la vida se volvió más difícil para la mayoría del pueblo. Casi 500.000 personas están oficialmente inscritas como desempleadas – por encima del 11% de la fuerza de trabajo – y más o menos el mismo número de jóvenes están trabajando en otros países de la UE, principalmente en el Reino Unido, Austria y Alemania, dado que no han podido encontrar un empleo en su país. Aun así, la tasa de paro juvenil (por debajo de 25 años) en Hungría se mantiene por encima del 28%.

 Pues bien, aunque el Jobbik nació en el año 2003 no debe obviarse el hecho de que, dos años después de iniciada la crisis, en las elecciones celebradas el 2010 el partido obtuvo un considerable crecimiento en las urnas.

      Los enemigos son los gitanos y los refugiados

En Hungría, al no haber demasiados inmigrantes fácilmente distinguibles de los húngaros – como africanos o asiáticos –, tradicionalmente el Jobbik  ha centrado sus esfuerzos en perseguir a los gitanos y a los judíos. Pero la retórica antisemita que manejan no es, no obstante, la que más beneficio les reporta en las urnas. Su gran obsesión son los gitanos (el partido abogó por crear campos de internamiento para ellos), que representan, según distintas estimaciones, entre un 8% y un 10% de los diez millones de húngaros. Lo que está claro es que los ultras húngaros se dedican a intimidar a la comunidad gitana, la minoría más importante del país, a través de Magyar Garda, fuerza paramilitar, heredera de la Guardia Húngara, fundada en el 2007, a su vez sucesora de la Cruz Flechada.

En realidad, para este partido ultra, los gitanos son lo que inmigrantes para los neonazis griegos y el resto de la ultraderecha europea. El Jobbik considera que, además de no ser racialmente equiparables a los húngaros, fomentan la delincuencia y son un núcleo de pobreza en el país.

Pese a que según el propio Vona el partido no tiene nada contra el Islam “la última esperanza  de la humanidad en las tinieblas del globalismo y el liberalismo”, señala este presidente ultra, en los últimos años la entrada de refugiados ha obrado el milagro de desviar en parte la mirada de los ultraderechistas sobre los gitanos y fijarlos en los recién llegados, la mayoría musulmanes. En la prensa pueden leerse afirmaciones como que “gitanos y refugiados van tan unidos en el imaginario público que es inmediato relacionarlos”. Y el filósofo político húngaro proveniente de la minoría magyar de Rumanía, Gaspar Miklós Tamás afirma que: “Los refugiados son los nuevos gitanos”.

Y en el pasado mes de noviembre el Jobbik presentó su cara más agria al Parlamento: una enmienda constitucional contra el sistema europeo de reubicación de refugiados, significativamente similar a la propuesta fracasada que había sido presentada por el primer ministro, Viktor Orbán. Y las últimas noticias que nos llegan de este lejano país del este de la pluma del abogado Hibai Arbide Aza indican “que las milicias que cazan refugiados en Hungría tienen el apoyo de un grupúsculo fascista francés, usan armas de la policía y reciben el aliento de Fidesz, el partido del primer ministro, Viktor Orban, y de Jobbik”. Ello confirma la idea de que, debido a su contienda electoral,  estos dos partidos van entrando en simbiosis. .

    Una reflexión final

Uno de los riesgos más inquietantes de los movimientos extremistas es su capacidad de distorsión de la política de un país. Porque, aunque tengan poco poder en cuanto a número de diputados, intentan condicionar la agenda de los partidos mayores. Por ello, entre otras cosas, el crecimiento de la extrema derecha en Europa es tan preocupante. Quizás no seamos conscientes de aunque los partidos de momento pequeños no representen un gran peligro, los grandes partidos de centroderecha o derecha están acabando por asumir el discurso de la extrema derecha. Y eso es lo verdaderamente preocupante. Por ello, es urgente construir respuestas para frenar a los partidos ultras, porqué está probado que los actuales gobernantes europeos se acomodan fácilmente a la agenda de la derecha radical y xenófoba, y porque esta derecha está ocupando espacios sociales que tradicionalmente han sido territorio de la izquierda. Si echamos una mirada al pasado, vemos que es lo mismo que ocurrió en los años treinta.

La globalización neoliberal ha generado una fuerte crisis de legitimidad del estado-nación que ha abierto la Caja de Pandora de las “neurosis identitarias”. La extrema derecha aprovecha la guerra de los mitos e identidades para vehicular un discurso excluyente a favor de una comunidad nacional imaginaria, defiende una cruzada por la búsqueda mítica de los orígenes, el arraigo sobre las que construir una identidad nacional.  Los viejos fascismos ya utilizaron el nacionalismo como un mito de integración y afirmación, intentando superar la dicotomía izquierda derecha en base a criterios de identidad, no de clase.

Esta vuelta al pasado y a los mitos y tradiciones es particularmente importante en los países del este, donde, mirando atrás, al movimiento irredentista, la extrema derecha tiene minorías para reivindicar.

Referencias

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