Soledad Bengoechea, doctora en historia, del Grup d’Història del Treball: Treballs, Institucions i Gènere de la Universitat de Barcelona.
Sin prisas, pero sin pausa, la patronal metalúrgica española se preparaba para organizarse. Dos asociaciones patronales catalanas la habían convocado. Los patronos metalúrgicos, uno a uno, habían recibido la invitación. En la fecha fijada, el 14 de octubre de 1912, en pleno otoño, Alfonso XIII era el rey de España y José Canalejas, del partido liberal, presidente del gobierno. El motivo: la celebración del Primer Congreso Nacional de Industrias Metalúrgicas.
Pero he aquí que a finales de agosto primeros de septiembre se convocó una huelga en el sector del metal que se prolongó durante seis meses. El paro comenzó. Al tiempo, había perturbaciones en el tráfico ferroviario. Se llamaba a una huelga general del sector. El 11 de aquel mes, cuando los rigores del verano ya perdían vigor, los patronos del metal aplazaron el Congreso para el 13 de abril del año siguiente. Emitieron una nota, que se plasma en este escrito:
La gran importancia que ha de revestir esta Asamblea, dado el entusiasmo que ha despertado, no sólo entre los industriales, sino entre los elementos económicos del país que se han adherido, implica una gran responsabilidad para el Comité Ejecutivo, que no puede proceder a la apertura del Congreso porque graves y justificadas circunstancias impiden que asistan a él los Congresistas que han anunciado que se proponen discutir en las discusiones, pues es necesario que los acuerdos que ese día se adopten vayan autorizados por la sanción del mayor número posible de interesados. Por consiguiente hemos acordado después de su extensa y detenida discusión, aplazar el Congreso, con arreglo a los solicitado, celebrado su sesión de apertura el día 6 de abril de 1913 y la de clausura el día 13 de los propios mes y año.
Derogación de una ley, leitmotiv del Congreso
Como suele acontecer, la celebración de este congreso obedecía a una razón. Retrocedamos siete años. El 23 de marzo de 1906, siendo presidente del gobierno el liberal Segismundo Moret, el político que impulsó la Ley de Jurisdicciones, comenzó en las Cortes la discusión de una ley de protección a la industria nacional. Impulsada por el ministro de Hacienda, el liberal Félix Suárez Inclán, finalmente se dictó el 14 de febrero de un año después bajo la jefatura del entonces jefe del gobierno, el político conservador Antonio Maura. Con esta ley, superproteccionista, Maura iniciaba una política industrial claramente intervencionista, reservando el mercado interior para la producción nacional. Una de las empresas que más había luchado por esa ley fue la catalana ASLAND, S.A.. Esta sociedad la había fundado el empresario Eusebio Güell el 15 de julio de 1901 en Barcelona. Güell era también el dueño de la colonia textil del mismo nombre. ASLAND se creó para comprar les minas, pedreras y saltos de agua necesarios para la producción de cemento en general, y específicamente el pórtland. A fines de los años produciría la enorme cantidad, para la época, de unas 300.000 toneladas anuales.
Dos años después de dictada esta ley proteccionista, se decretó otra: la ley de fomento de las industrias marítimas nacionales (1909). Estas dos leyes, en general, resultaron positivas para los industriales. Sin duda, el crecimiento industrial estuvo estrechamente ligado a la política de fomento industrial. Ello contribuyó a la transformación técnica en la siderurgia, al crecimiento de la construcción naval y al inicio en la fabricación de locomotoras.
¿Cuál era, pues, la razón para la celebración de este Congreso del Metal?: El anuncio por parte del gobierno de la derogación de la mencionada ley de febrero de 1907 sobre Protección a la Industria Nacional. La noticia movilizó de nuevo a la patronal catalana, partidaria desde siempre del intervencionismo estatal. Por ello auspició este Congreso e invitó al mismo a los empresarios españoles que se sintieran perjudicados por esta decisión, e incluso al mismo Félix Suárez Inclán, como se ha comentado impulsor de esta ley que ahora se quería derogar. Una vez más, los empresarios catalanes, sobre todo los encargados de la transformación del metal, volvían a plantear la problemática de que los gobiernos españoles no contemplaban sus problemas. Ello les indujo a intentar llevar adelante una autoorganización de toda la patronal del metal española a partir del liderazgo catalán, siendo esta auroorganización el objetivo de este Congreso.
Para los empresarios metalúrgicos catalanes estaba claro que la organización y articulación que habían llevado a cabo durante los años anteriores, principalmente durante y después de la huelga general de Barcelona de 1902 iniciada en ese sector, les había permitido desarrollarse. Pudieron presentar una fuerza cohesionada tanto al elemento obrero como a los distintos gobiernos. Ante la nueva amenaza a que se veían sometidos en esos momentos en que se derogaba la ley proteccionista, estos patronos se veían impotentes para hacerles frente si no podían contar con el resto de la patronal metalúrgica española. El problema es que ese empresariado no estaba unido y preparado como ellos.
Este Congreso, pues, significó un primer paso encaminado a conseguir la organización industrial del empresariado español. La entidad que lideraba el proyecto era, sin duda, el Fomento del Trabajo Nacional. A partir de esta asociación, los patronos metalúrgicos catalanes encabezaban un proyecto destinado a liderar a toda la patronal española. Les secundó la patronal siderúrgica, la naval y la ligada a intereses ferroviarios.
Cabe preguntarse, ¿Por qué la patronal naviera? Lo cierto es que en este Congreso también tuvieron un papel importante los representantes de los intereses navieros, como se pone manifiesto con la presencia del marqués de Comillas o el propio Javier de Ugarte, político conservador y abogado. Fijemos la lupa en estos aspectos. ¿Qué estaba ocurriendo? Pues que aparte del anuncio de la derogación de la ley proteccionista de 1907, en esos momentos en algunos sectores políticos e industriales se discutía el tema de la protección a la marina española, lo que proporcionaría grandes beneficios a los sectores ligados a la construcción naval. Retrocedamos un poco.
Tras el desastre del 98, la Armada española puede decirse que desapareció. Desde el punto de vista naval, España comenzó el siglo XX con la necesidad de contar con una escuadra que le diera un mínimo peso internacional y en el propio país.
José Ferrándiz Niño era ministro de Marina en el gobierno de Antonio Maura de 1903-1904. Entonces redactó un proyecto de ley de «reforma general en la organización de los servicios de la Armada y programa sobre armamentos navales». En este documento primaba la reorganización de la Armada, y las obras en los arsenales y bases navales, sobre la construcción de nuevas unidades.
Más tarde, cuando Maura llegó de nuevo al poder, entre Maura y Ferrándiz consiguieron la aprobación de la Ley de Organizaciones Marítimas y Armamentos el 25 de enero de 1907 y el gobierno continuó con el proyecto de trabajar para la construcción de una nueva escuadra. Entre otros muchos objetivos, la ley pretendía potenciar la industria nacional, tanto la de construcción naval militar como la auxiliar, y dejar sentadas las bases fabriles con que plasmar las Construcciones previstas en los sucesivos programas navales. El gobierno consiguió el crédito necesario para emprender esa tarea de renovación. Pero esa tarea no se llevó a cabo.
Ahora, en 1913, de nuevo con Maura en el gobierno, se pensó en continuar el plan de construir una nueva escuadra. Amalio Gimeno, ministro de Marina, presentó el proyecto a la Junta de Defensa del Reino, presidida por el rey. El plan de Gimeno preveía la fabricación de, entre otros buques, acorazados y submarinos. Dicho proyecto fue abandonado más tarde, cuando empezó la guerra europea en 1914.
Además de los empresarios del metal, y de los navieros, resalta el papel que tuvieron en este Congreso las empresas que estaban relacionadas con los ferrocarriles. En este sentido, se destacan el marqués de Comillas, José María Cornet Mas, Juan Girona, Eduardo Maristany y Antonio Junoy. ¿Por qué este protagonismo?
El año 1912 fue un hito importante en la conflictividad laboral ferroviaria. Desde principios de año, los conflictos se sucedían, pero fue en el segundo semestre cuando se produjo la gran conmoción: a la huelga de los trabajadores catalanes de la compañía M.Z.A., se unieron los de otras líneas férreas, y el anuncio oficial de una huelga general en el sector. Finalmente se desconvocó, pero llegó a alcanzar al 80% de los trabajadores españoles del sector del ferrocarril. Para apaciguar los ánimos, el gobierno del liberal José Canalejas presentó en el Congreso varios proyectos de ley, proyectos que produjeron el rechazo, tanto de los ferroviarios, a los que se trataba de quitar el derecho a la huelga, como de las compañías, y fueron combatidos por los distintos grupos parlamentarios. Los proyectos fueron retirados. Pero el malestar continuaba en el sector, y los empresarios eran conscientes de ello. De ahí su presencia en el Congreso
La llegada al Congreso
Llegamos al 6 de abril de 1913. Aquel día, la luz resplandecía entre las columnas góticas del Salón de Actos de la Cámara de Comercio de Barcelona. Allí se habían de celebrar los actos del Congreso. La Lonja de Barcelona (en catalán, Llotja de Barcelona) o Lonja de Mar (en catalán, Llotja de Mar) es un edificio situado en el paseo de Isabel II, en el distrito de Ciutat Vella de Barcelona. Antiguamente era lugar de reunión de los mercaderes de la ciudad, y estaba destinado a la contratación. El edificio neoclásico actual del siglo XVIII es el sucesor de otras construcciones más antiguas como el antiguo edificio medieval, una de las mejores construcciones del gótico civil en doble planta del Mediterráneo. Sin duda, era un marco magnífico para celebrara este Congreso del Metal. El evento estaba abierto a todos los representantes de diversas empresas españolas.
La organización de los actos corrió a cargo de dos agrupaciones metalúrgicas catalanas: la Sociedad de Industriales Mecánicos y Metalarios y la Agrupación de Industrias Siderúrgicas y Metalúrgicas, perteneciente esta última al Fomento del Trabajo Nacional. Estas dos asociaciones del metal se habían ido organizando desde principios de siglo como respuesta a los conflictos acaecidos en ese sector. Sobre todo a la huelga general de 1902 de Barcelona. Además de éstas, otras organizaciones cooperaron en las tareas de organizar el Congreso: Asociación de Ingenieros Industriales, Asociación de Arquitectos, la Escuela de Ingenieros Industriales, la Escuela de Artes y Oficios y una patronal que agrupaba a empresarios modestos: el gremio de Cerrajeros y Herreros. También participaron otras entidades no tan vinculadas al sector del metal, como la Sociedad de Geografía Comercial o la Sociedad de Estudios Económicos.
La presencia de estas sociedades indica que, en defensa de su clase, la patronal no solamente se agrupaba en organizaciones consideradas como genuinamente patronales sino que se aglutinaba, también, en otras asociaciones de tipo muy diverso. Es lógico pensar que en determinados momentos cerrasen filas juntos en defensa de sus intereses.
La iniciativa y preparación del Congreso se llevó a cabo bajo la dirección del que sería presidente del mismo: Emili Riera Callbetó. Riera no era un desconocido en el mundo empresarial español. Se sabía que él conocía bien los entresijos de los círculos industriales. Miembro destacado de la junta del Fomento del Trabajo Nacional, presidía la Mutua de Trabajo de la Sociedad de Industriales Mecánicos y Metalarios.
Observemos de cerca a este personaje. Emili Riera era el fundador de las dos organizaciones que impulsaron el Congreso. Quizás ya se ha dicho, ambas se crearon después de la huelga general de 1902. Si se le hubiera filmado, probablemente observaríamos que Riera llegó puntual al evento. El chofer aparcó el coche en la puerta de la Cámara y el empresario bajó. Su traje oscuro, la pajarita, el sombrero y el bastón revelaban su condición de hombre poderoso, influyente. Pero el viento soplaba en las calles y el sombrero voló. Uno de los policías que permanecía estratégicamente colocado, discreto pero visible, corrió a recogerlo. Riera distinguió el flamante uniforme, pero apenas lo miró. Estaba atento al rumor de algún vehículo que parecía llegar. Se giró y vio a tres de sus colegas de hacía años, todos miembros del Fomento del Trabajo Nacional. Ellos fueron bajando del automóvil poco a poco, ahora uno, ahora otro: Amado Casajuana, vice-presidente del anunciado Congreso, Eloy Detouche, tesorero del Congreso y Octavio Doménech Vendrell, secretario.
Fijémonos ahora en Eloy Detouche. Vestía de manera sencilla, pero elegante. ¿Quién era este personaje?: un industrial metalúrgico de origen francés pero nacido en Barcelona. Tenía su empresa en la barriada de Gràcia de la misma ciudad. Unos años atrás se había hecho construir una casa modernista en la calle Pere Laínez, 17, también de Gràcia. La casa, aún actualmente, está en la ruta del modernismo. Ahondemos ahora en su biografía. Era un hombre culto y a veces parecía distraído contemplando el soberbio panorama arquitectónico. Durante los años de la Gran Guerra impulsó la revista aliadófila Iberia, dirigida por Claudi Ametlla, que era copropietario con Antoni Rovira Virgili. Más tarde, en la difícil coyuntura de 1919, pasaría a presidir la Unión Industrial Metalúrgica. Desde esta organización, pretendió aglutinar a toda la patronal catalana en un sindicato patronal único liderado por el sector del metal compitiendo con la Federación Patronal de Barcelona, que estaba conducida por la construcción.
Por su parte, Octavio Doménech era también un empresario metalúrgico y pertenecía a las dos sociedades organizadoras del Congreso. Un rasgo de su carácter era su religiosidad. Propagandista católico, presidió la Academia de la Juventud Católica, la Pía Unión de San Miguel Arcángel, el Círculo Tradicionalista y el Fomento de la Prensa Tradicionalista, propietaria de El Correo Catalán, También presidió el Cos de Portants de Sant Crist. Muy poco antes de estallar la Guerra Civil, ya en 1936, fue elegido presidente de la Mutua de Trabajo de la Unión Industrial Metalúrgica. Casi recién acabada la contienda, en 1941, volvió a estar presente en la junta directiva del Fomento del Trabajo Nacional. Tres años después falleció en Barcelona.
Volvamos al Congreso. Poco a poco irían llegando los hombres que ejercían como vocales del Congreso. Salvo alguna esporádica excepción, todos tenían, asimismo, cargos en el Fomento del Trabajo Nacional. No había duda de que era la organización que llevaba la batuta. Todos vivían en Cataluña. Todos eran hombres importantes en el mundo de los negocios. El día de la inauguración llegaron en sus coches respectivos uno a uno, por separado. Aunque el reloj indicaba que ya era entrada la tarde, la primavera permitía que todavía el día fuese claro. Ello dejaba percibir claramente sus siluetas, aunque vistieran rigurosamente de oscuro. Los altos cargos que ostentaban en el mundo empresarial lo hacían indispensable. Cogidos fuertemente a sus carteras de mano, donde portaban todos los papeles que harían servir en el Congreso, se abrazaban, se saludaban, reían alborozados, pero a menudo tenían que hablarse cerca del oído, pues era tal el coro de voces que solo se oían trozos de palabras. Al entrar en el edifico se cedían educadamente el paso, eran personas bien educadas, muchos incluso habían estudiado en colegios extranjeros. En el salón de actos accedieron a sus asientos. Pronto el humo de los cigarrillos y puros enturbiaron el aire y las toses se sucedieron. Tratemos ahora de visualizar a aquellos hombres, ninguna mujer: José A. Batet era, junto con su hermano, propietario de la empresa “Industrias Mecánicas Consolidadas”. No dejemos de citar a unos cuantos empresarios más: Francisco Crespo Pons, Juan Escorsa, de la “Fundición de Hierros y Aceros moldeados”, Andrés Guillamot, José Lacambra, de una antigua familia del sector metalúrgico, Aurelio Ras, Augusto de Rull, accionista importante de “La Maquinista Terrestre y Marítima”, y Octavio Saltor.
Saltor era un hombre muy conocido en Barcelona. Formaba parte de este Congreso como congresista individual. Era ingeniero industrial y publicista. En la Escuela Técnica Superior de Ingenieros ocupó dos cátedras: la de Metalurgia y Siderurgia y la de Tecnología Eléctrica. Y esta Escuela le delegó para representante en el Comité ejecutivo de este Primer Congreso. Por otra parte, el Claustro de la Escuela de Ingenieros Industriales también le había encomendado la excursión colectiva de estudios metalúrgicos al norte del estado, subvencionada por la Diputación Provincial de Barcelona. Así, pensionado también por la empresa “Material para Ferrocarriles y Construcciones”, estudió la metalurgia en el norte de España y los progresos metalúrgicos en el hierro y el acero en Bélgica y Alemania.
El Comité Ejecutivo estuvo encargado de designar el Comité de propagada y el Comité de honor
Observemos ahora cómo estaba compuesto el Comité de Honor que fue el encargado de dar más boato al Congreso. Dado que el objetivo del evento era, en primera instancia, político, ya que se trataba de evitar que se derogase una ley, no debe resultar extraño el tipo de hombres que formaron este Comité. Se destaca que la mayoría de ellos tenían fijada su residencia fuera de Barcelona. Habían viajado, pues, en tren o en coches particulares. Comencemos por citar al presidente del gobierno, el liberal Álvaro de Figueroa Torres, conde de Romanones. Abogado y terrateniente castellano, había sucedido en el cargo al liberal José Canalejas, asesinado el año anterior. Romanones sabía que era el blanco de todas las miradas. Algo nervioso, no podía evitar que su mano ascendiera de tanto en tanto hasta su enorme bigote tratando de alisarlo. Miraba por encima del hombro. Los políticos se sentían superiores a los hombres que se dedicaban a los negocios, aunque fuesen carne y uña. Por su parte, Juan Navarro Reverter era ministro del actual gabinete y socio de mérito del Fomento del Trabajo Nacional. Reverter presentaba una gran calvicie y su figura, corpulenta, se movía constantemente en el asiento. No podía faltar Félix Suárez Inclán, también socio de mérito del Fomento del Trabajo Nacional. Su presencia era indispensable: miembro del partido liberal, era el autor de la ley que ahora se trataba de derogar. Estaba también el conservador Francisco Javier de Ugarte, también abogado. Presidía la Sociedad Geográfica y otras entidades culturales y estaba muy ligado a los navieros bilbaínos. Su barba canosa y afilada otorgaba personalidad a un semblante no demasiado risueño. Hombre muy católico, era secretario del Consejo Nacional de las Corporaciones Católicas obreras. Había, también, varios hombres ligados al negocio de los ferrocarriles. Citemos, por ejemplo, a José María Cornet Mas, que era presidente de la empresa “La Maquinista Terrestre y Marítima”, siendo uno de sus principales accionistas. Ingeniero, presidía la Asociación de Ingenieros Industriales de Barcelona. Fue también un político conservador, diputado a Cortes por Manresa y Sant Feliu de Llobregat. Unas gafas minúsculas le proporcionaban un aire intelectual. También estaban Juan Girona, gerente de la empresa “Material para ferrocarriles y construcciones”. Eduardo Maristany, ingeniero, director de la “Compañía de Ferrocarriles, M.Z.A”. Maristany tenía su domicilio fijo en Madrid, pero sus viajes a Barcelona eran frecuentes. No podía faltar la figura erguida y arrogante de Claudio López Brú, más conocido como el marqués de Comillas, terrateniente y empresario, era uno de los hombres más ricos de España. Entre otros muchos que aquí no se van a detallar, tenía intereses en la “Compañía de Ferrocarriles del Norte de España”, y en la “Compañía Trasatlántica Española”. Hombre muy católico, fue a la vez un cabecilla del sector más radical del conservadurismo tradicionalista, pero no dudó en impulsar la lucha contra el movimiento obrero, tanto mediante medidas de paternalismo social dirigidas a los trabajadores como mediante la promoción de milicias armadas. Por último, desataquemos a un personaje indispensable en aquel evento: José María Caralt Sala, conde de Caralt. Caralt destacaba por su bigote y perilla y también por padecer una apreciable alopecia. En aquellos momentos presidía el Fomento del Trabajo Nacional. También lo dirigiría más tarde y en otro contexto: en 1941, cuando volvió de San Sebastián después de haber pasado allí, en lugar seguro, la Guerra Civil.
Recién finalizado el evento, o quizás durante el mismo, los congresistas españoles realizaron varias visitas a empresas metalúrgicas. Una de las primeras fue la “Maquinista Terrestre y Marítima”, que contaba con 1.200 empleados, seguida por “Sociedad de Materiales para Ferrocarriles y Construcciones” (1000 trabajadores). Otras de menor envergadura fueron “Hispano Suiza” (350) o la fábrica de Contadores de gas, agua y electricidad “Chamond y Triana”, cuya sede principal radicaba en París. Se da la circunstancia de que en esta empresa se trabajaba a destajo. Era una medida mediante la cual se intentaba aumentar la producción. El número de obreros a jornal fijo era muy bajo. La industria ofrecía médico y medicinas gratis para los empleados que lo necesitasen. El jornal diario variaba en función del sexo, nada extraño en ninguna época: 1,50 en caso de que fuera hombre y 1 peseta si era mujer.
Una escueta reflexión
¡Un universo varonil! Una conclusión que puede extraerse después de examinar las actas del Congreso del Metal de 1913. Ninguna presencia femenina, ni entre los representares de los negocios ni entre la clase política. Es evidente que la historia se ha escrito en masculino.
Una segunda deducción: la presencia de varios políticos de primera fila en este Congreso manifiesta el tandem que formaban los empresarios y los políticos al menos en aquella España de la Restauración.
Una tercera impresión. Como se ha visto, además de de las organizaciones empresariales y los políticos que acudieron al Congreso otras organizaciones cooperaron en las tareas de organizar el Congreso: Asociación de Ingenieros Industriales, Asociación de Arquitectos, la Escuela de Ingenieros Industriales, la Escuela de Artes y Oficios. La connivencia de intereses que frecuentemente se daba entre los miembros de las diferentes asociaciones no tiene que sorprender: los hombres que dirigían y formaban las entidades de recreo a menudo eran los mismos que tenían intereses propios, o establecidos por vínculos con las sociedades patronales. A lo largo de estas páginas se ha puesto de manifiesto como el poder económico incidía en la vida local desde diferentes ángulos y sobre varios aspectos, y que la línea divisoria que separaba la actuación de las entidades económicas de la del resto de sociedades burguesas muchas veces acontecía inapreciable.
Y a modo de corolario: una lectura atenta de esta documentación invita a abrir un debate sobre el grado de autonomía de los líderes políticos a la hora de tomar decisiones al margen del poder económico.
Referencias
Bengoechea, S. (1991). Patronal catalana, Corporativismo y crisis política, 1898/1923. Tesis doctoral dirigida por Pere Gabriel, UAB, 3 vols. Vol. 1, pp. 119-131.