Soledad Bengoechea, historiadora.
Como poníamos de manifiesto en la primera parte del presente escrito, publicado en este mismo medio, en Hungría hay dos partidos de derechas nacionalistas y proteccionistas: el Jobbik, claramente neofascista, y el Fidesz, liderado por Víctor Orbán actualmente en el poder. El Jobbik es el principal rival político de Orbán, que ha ido virando hacia la derecha radical y xenófoba para apuntalar su poder en el país. Ambas formaciones rechazan el multiculturalismo y creen que éste supone un peligro para Hungría. Han llegado a afirmar que los magiares y los vascos son las únicas etnias puras de Europa, a pesar de que el 3% de los húngaros son gitanos y en Budapest hay una de las comunidades judías más grandes de Europa. Pero tanto Fidesz como Jobbik consideran que los judíos no son verdadero húngaros. A pesar de la miserable situación socioeconómica que atraviesa el país, la popularidad del Gobierno es inmensa.
Importante figura de la actual disidencia política húngara, el filósofo Gaspar Miklós Tamás es un intelectual de referencia en Europa del Este, con varios libros traducidos a más de catorce lenguas. Miklós explica al diario Público qué sucede en el Estado policial de Viktor Orbán. Advierte que la izquierda ha desaparecido del mapa y que los gitanos están considerados como una etnia política, social y económica inferior: prácticamente estarían excluidos de la vida normal, la vida de los blancos. Y denuncia que los refugiados de Oriente Próximo, África o Asia Central son los nuevos gitanos. Es un odio abstracto, incluso más abstracto que el odio contra los parados o los que cobran ayudas sociales. Los gitanos se vuelven invisibles, son una población considerada superflua e ilegítima a los ojos de algunas de estas sociedades de la Europa oriental. El Gobierno ha aprobado medidas contra las personas que no tienen permiso de residencia en Hungría: cárcel, deportación, delito penal para los que alojan o transportan a dichas personas. Y este intelectual se pregunta, ¿Qué pasa ahora en Hungría?
¿Quién es el Fidesz?
El Fidesz – Unión Cívica Húngara (en húngaro: FIDESZ – Magyar Polgári Szövetség) es un partido político que gobierna en Hungría desde 2010, ostentando su presidente, Viktor Orbán, el cargo de Primer Ministro. Fidesz es miembro del Partido Popular Europeo (PPE). Fundado por Orbán en 1988, cuando Hungría pertenecía aún al bloque de los países denominados comunistas, era originalmente una organización juvenil libertaria y anticomunista. Los fundadores fueron jóvenes que se definían como demócratas, principalmente estudiantes, que habían organizado pequeños grupos clandestinos de oposición al régimen, siendo perseguidos por ello. El anticomunismo de Orban quedó evidente un año después de la fundación del Fidesz, el 16 de junio de 1989, cuando en la Plaza de los Héroes de Budapest, en memoria de Imre Nagy en el 31 aniversario de su ejecución junto con la de otros mártires de la Revolución húngara de 1956, pronunció un discurso exigiendo tanto elecciones libres como la retirada de las tropas de la Unión Soviética.
El profundo anticomunismo sigue instalado en el partido de gobierno. La época socialista y sus dirigentes son considerados criminales. La cuarta enmienda a la Ley Fundamental de Hungría, aprobada en el 2013, señala: “El Partido Socialista Obrero Húngaro, sus predecesores legales y los órganos políticos creados en la ideología comunista para su servicio fueron todos órganos criminales y sus dirigentes son responsables sin limitaciones”. Tal enmienda a la Constitución puede servir de base para numerosas acusaciones y procesamientos. La histeria afecta también al nombre de las calles. A las que albergan alguna referencia al comunismo o pensadores como Marx o Engels se les ha cambiado el nombre, al tiempo que a la plaza de la República se le rebautizaba como “Plaza Juan Pablo II”. Un relato nacional hecho a medida por la derecha y que está impreso en los nuevos manuales escolares, cuya edición ha sido dirigida por el estado. De esta forma, varios escritores antisemitas y pronazis del período de entreguerras han encontrado su lugar en el plan de estudios de la literatura.
En las elecciones del 2010, el Fidesz, en alianza con los democristianos, consiguió una victoria histórica: la coalición obtuvo 263 de los 386 escaños. Cuatro años después, arrasaron en los resultados, aunque con menor resultado que en las anteriores elecciones, ofreciendo a la coalición gubernamental la victoria electoral tal como se esperaba con un 44,54%.
¿Qué explica la popularidad de Orbán y su Fidesz? Víctor Orbán es un abogado de 53 años, casado y con 5 hijos. Magnífico orador, comparte aspectos significativos de su propia historia personal y familiar con una gran parte de la historia social de la Hungría post-socialismo de Estado. En sus discursos, utiliza una combinación precisa de metáforas, humor autocrítico y guiños comunes, lo que hace que mucha gente se reconozca en él. Amante del deporte, juega al fútbol desde la primera infancia y actualmente es uno de los principales financiadores del club de fútbol húngaro Felcsút FC. Como en otros países, el fútbol forma parte de la comunidad actual húngara. Lo que pasa en las gradas transciende el deporte y conecta a aficionados de diferentes estratos sociales, edades, formación u orígenes. Para reforzar estos valores se ha creado toda una simbología asociada, incluso mitos y rituales, sean cánticos, banderas o pancartas. El estadio de fútbol constituye un espacio de sociabilización donde se refuerza la construcción de una identidad, en este caso húngara, compartida entorno al club.
Si se analizan los presupuestos, se observa la importancia que los gobernantes del país magiar dan al fútbol: en los últimos seis años se han destinado más de 500 millones de euros para promoverlo, con los que se han construido estadios, academias…
La utilización de los refugiados
Cuando estalló la crisis de los refugiados, Orbán, astuto, viró rápidamente hacia la derecha radical con un discurso racista y xenófobo. Con ello quiso desviar la atención de los húngaros de los casos de corrupción que habían enfangado su gobierno. Ese mismo discurso lo sigue utilizando actualmente. El Gobierno de Hungría ha construido una valla de 175 kilómetros y cuatro metros de altura a lo largo de su frontera con Serbia para frenar la inmigración ilegal. En medios internacionales, se comenta que el partido claramente de extrema derecha Jobbik solo va a tener posibilidades de seguir creciendo si Orbán comete graves errores.
Antes ya de la llegada de los refugiados, Hungría era hogar de unos 30.000 musulmanes, la mayoría llegados tras la Segunda Guerra Mundial, y unos 800.000 gitanos, presentes en esta parte de Europa desde la Edad Media. Según Reuters, Gabor Varady, dirigente de Consejo para asuntos romaníes en la ciudad de Miskolc, la segunda en población de gitanos tras Budapest, ha afirmado que “el discurso sobre los gitanos, los emigrantes, se ha endurecido. Se dicen cosas que nunca habríamos oído hace 20 o 25 años”. Estas minorías étnicas actualmente residentes en Hungría denuncian que el discurso gubernamental anti refugiados se ha traducido también en un incremento de la presión xenofóbica contra ellos dentro de su propio país.
Hungría tiene una tasa de inmigración neta de 1,34 por cada 1.000 habitantes. Hay muchos más húngaros emigrando que extranjeros llegando a Hungría. A pesar de ello, tanto Fidesz, como Jobbik, hablan de una “invasión masiva de inmigrantes”. En su valoración del referéndum, Orbán declaró que “por el futuro de nuestro niños, de nuestro estilo de vida, de nuestro modelo de familia y de nuestras raíces cristianas, tenemos derecho a elegir con quién vivir, a decidir la composición étnica de nuestro país”.
“Hungría quiere que Europa encierre a todos los solicitantes de asilo”. Este 7 de febrero saltó la noticia. Zoltán Kovács, portavoz del gobierno húngaro, aseguró que todos los refugiados serían llevados a “refugios” donde no tendrían libertad de movimientos, excepto para volver a su país. Kóvács dijo que no serían centros de detención, pero que aún no sabía cómo denominarlos. El periodista británico, Patrick Wintour, editor de The Guardian cree que la elección de Trump ha favorecido la línea dura de Orbán. Y añade preocupado que “Lo cierto es que Orbán será probablemente uno de los primeros líderes europeos en reunirse con Trump cuando este venga a Europa en mayo por la cumbre de la OTAN”.
Un referéndum que refuerza la xenofobia
En la calle, el discurso patriótico es hegemónico y la celebración de un referéndum en octubre de 2016 sobre la posibilidad de que 1.300 refugiados fueran reubicados en Hungría reforzó aún más la xenofobia. “Voy a votar No porque no quiero que vengan inmigrantes” afirma Palzso Bence, un joven estudiante de dieciocho años. Sin saber cuál era la cuota de refugiados establecida por el “Consejo de la UE” de la Comisión Europea para la república magiar y sin conocer a ningún emigrante ni refugiado, considera que “hay demasiados”. Para él, el referéndum consistía en “si la Unión Europea puede imponer un número de refugiados o inmigrantes ilegales a Hungría, República Checa, Polonia, Rumania, Eslovaquia. A los países pobres del Este. Eso no es justo”. Antes de irse, añadió “sé que vas a decir que soy un neonazi, o algo así. Los periodistas del Oeste venís aquí a contar que somos nazis. Sólo te pido que no saques de contexto mis palabras”.
Durante la campaña del referéndum, movimientos liberales y de izquierda se esforzaron en demostrar que también existía una Hungría solidaria y abierta. Pero sólo tres mil personas se congregaron en la plaza del parlamento de Budapest, siguiendo el llamamiento de personalidades de la cultura, dos días antes de la consulta. Una concentración plural y alegre que contó con actuaciones en vivo, lectura de poesía en árabe y discursos de refugiados.
Por otra parte, la víspera, el grupo Romantikus Erőszak congregó, en un concierto frente al parlamento, a más de 500 seguidores. Romantikus Erőszak es el principal exponente del Nemzeti rock, una subcultura húngara derivada de la white power music o el RAC (Rock Against Comunism, la música de los skinhead nazis). Con un tiempo otoñal, durante dos horas, tanto el cantante como el público corearon canciones y lemas en contra de los inmigrantes y a favor del Partido de la Cruz Flechada, partido político de carácter fascista, pro-alemán y antisemita liderado por Ferenc Szálasi, que gobernó Hungría durante los meses finales de la Segunda Guerra Mundial.
El 2 de octubre de 2016 los húngaros fueron llamados a votar. Los resultados fueron los siguientes: la participación fue finalmente del 43,35%, votaron 3.581.267 ciudadanos (es decir, que el referéndum no fue válido de acuerdo con la actual ley húngara). El 98,33% (3.282.723 personas) votó “No” a las cuotas de la UE, y el 1,67% (55.758 votos) fueron un “Sí” a dichas cuotas. 223.258 votos fueron inválidos (el 6,27%).
Paradójicamente, una reforma legal introducida hace dos años por Fidesz establecía que para que un referéndum tuviese validez debía contar con el 50% de votos emitidos válidos. Tanto la oposición de izquierda como Jobbik pidieron la dimisión de Orbán por su “fracaso”.
En realidad, el resultado del referéndum no complació a nadie. La politóloga Kornelia Magyar, una de las analistas más prestigiosas del país, experta en el auge de la extrema derecha y que ha sido asesora de comunicación en varios ministerios, señaló: “Si miras el número de votos de Fídesz y Jobbik verás que suman aproximadamente 3,2 millones. Es el mismo número que ha votado No a los refugiados. Así que pidieron a sus votantes que fueran a votar y pudieron movilizar a sus votantes. En ese sentido tuvieron éxito. Pero no tuvieron éxito en su intento de sumar votantes liberales e izquierdistas” opinó Magyar. “Pero 3,2 millones de votos son muchos, no se puede negar. Yo lo resumiría en que ni es la aplastante derrota que dice la oposición, ni la rotunda victoria de la que habla el gobierno”.
En opinión de nuevo del intelectual Gaspar Miklós Tamás, el estado húngaro actual es un estado autoritario –“iliberal”, como lo llama con orgullo Orbán–, una semidictadura chovinista que tan solo tolera una minúscula oposición arrinconada, filtrada, calumniada por los grandes medios. El sistema educativo está impregnado de propaganda nacionalista; los profesores y maestros, así como los médicos, están obligados a ser miembros de unas corporaciones únicas, de tipo fascista-franquista; no existe el subsidio para los parados ni hay prácticamente derecho a la huelga. Pero tampoco hay ninguna resistencia visible, excepto la de los artículos que circulan por las redes. Ni siquiera de modestas dimensiones, como en los países de la antigua Yugoslavia, Rumanía o Chequia. Además, las dificultades de Syriza en Grecia ha dañado enormemente el desarrollo de la nueva izquierda. En los países centroeuropeos y del Este los partidos liberales y socialdemócratas son cada vez más chovinistas y autoritarios. El conservadurismo se desvanece y da paso a tendencias fascistas, a un desprecio increíble hacia la gente pobre, señala.
¿Una anécdota?: Patrullas xenófobas en las fronteras de Europa
“Las milicias que cazan refugiados en Hungría tienen el apoyo de un grupúsculo fascista francés, usan armas de la policía y reciben el aliento de Fidesz, el partido del primer ministro, Viktor Orbán, y de Jobbik”, señala en un reportaje para el diario Público Hibai Arbide Aza (este autor era abogado en Barcelona hasta que se fue a vivir a Grecia. Reside en Atenas, donde trabaja como periodista freelance para diversos medios). Según Hibai Arbide, un todoterreno Toyota circula por un camino de tierra junto a campos de maizales. Se detiene junto a la valla que delimita la frontera de Hungría con Serbia, a pocos metros de una garita del Ejército húngaro. Su conductor se llama Peter Barnabas. Viste uniforme de camuflaje y va armado con una pistola semiautomática de 10 milímetros, esposas y spray de defensa personal. Barnabas saluda a la pareja de policías a caballo que vigilan la frontera. En el todoterreno hay un logotipo que pone Patrulla Rural de Ásotthalom. Pero Barnabas no es policía. Solo forma parte de la milicia comandada por Laszlo Toroczkai, el alcalde de Ásotthalom, una pequeña localidad de apenas cuatro mil habitantes. La granja del alcalde está a 200 metros de la frontera. Desde su jardín puede observar la valla con alambre de espino erigida por Orbán. “Estoy muy orgulloso de haber impulsado la construcción de la valla”, dice el alcalde. “Pronto vamos a reforzarla con cámaras térmicas, más concertinas y mejores drones. Cuando propuse la valla fui atacado en toda Europa, señala. Especialmente por el gobierno de Austria, y ahora la propia Austria está construyendo vallas. Cada vez más gente en Europa es consciente del problema de la inmigración masiva”, prosigue. La pistola que llevan los milicianos de la patrulla es una Jericho 941, una de las armas de dotación de la policía nacional húngara. “Las armas nos las da la policía; las llevamos con licencia”, asegura Barnabas. En el 4×4 hay una gran pegatina con la bandera francesa de La France Rebelle. Su presidente, Philippe Gibelin, se desplazó el pasado 28 de agosto a Ásotthalom para hacer entrega del vehículo, financiado por este grupúsculo fascista que acusa al Frente Nacional de Marine Le Pen de ser demasiado moderado.
Una reflexión y una duda ¿Es el Fidesz un partido de extrema derecha?
El nacionalismo no solo renace en Hungría sino en toda Europa y es abrazado por muchas personas en nombre de la soberanía del pueblo. Aunque hoy en día existe más el nacionalismo etnicista, sobrevive también el tradicional y vulgarizado, sin un proyecto político. Ello se percibe incluso en los partidos de fútbol, ¿qué reprochan los ultras húngaros a los rumanos? Que son gitanos.
Como otros países del este europeo, Hungría ha quedado como una periferia subordinada y dependiente que tenía en el periodo de entreguerras: reserva de mano de obra barata y completa dependencia financiera e industrial. No hay atisbo de convergencia económica y social niveladora hacia Europa Occidental, y, a diferencia del Sur, tampoco de fondos de cohesión. Todo ello, añadido a la crisis económica iniciada en el 2008, ha potenciado el auge de una derecha nacionalista y profascista que “roba” el discurso de la izquierda y lleva muchos proletarios, empobrecidos por la crisis y que piensan que los emigrantes son rivales en servicios sociales, infraestructura, educación, etc., a simpatizar con esa extrema derecha. De hecho, el racismo estructural institucionalizado reemplaza ahora un Estado del bienestar. Y para ganar votos el centro-derecha realiza un viraje hacia una derecha radical, hard right.
“Trabajo, hogar, familia, nación, juventud, salud y orden”, junto con un enconado anticomunismo, son los valores proclamados por Orbán. De esta forma espera conservar el apoyo de las clases medias, laboriosas y “sanas”. Su gobierno de derecha nacionalista está firmemente decidido a presentar como agentes extranjeros a quienes, incluso en Hungría, se oponen a su política. La postura de Orbán atiza aún más el conflicto que mantiene con Bruselas por las políticas migratorias. Hungría no sólo ha interpuesto un recurso judicial contra la medida para la reubicación de refugiados desde Italia y Grecia —que por otra parte no ha cumplido, al no acoger a ninguno de los 1.200 que le correspondían en el reparto; el 0,02% de sus más de 10 millones de ciudadanos—, sino que, como aquí se ha visto, ha tratado de blindar su postura con un —por otra parte fallido— referéndum sobre esta cuota de asilados porqué le impone cuotas de refugiados, al tiempo que le impide llevar a la práctica algunos de sus medidas más radicales. Por ejemplo, hace poco tiempo este político xenófobo cruzó una línea roja cuando anunció que planeaba reintroducir el debate sobre la pena de muerte en Hungría. Algo que fue abolido en el conjunto de la Unión Europea a través de la Convención Europea para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales.
Jobbik es el principal rival político del Fidesz de Orbán, que ha virado a la derecha radical y xenófoba para apuntalar su poder en el país, pero, no obstante, debido a su contienda electoral, en según que temas estos dos partidos van entrando en simbiosis. Hay una ausencia flagrante en todas las declaraciones de ambas formaciones políticas: la cuestión social.
Referencias
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