Entre las organizaciones de resitencia y el Fomento del Trabajo Nacional: la patronal catalana del téxtil a principios del siglo XX, por Soledad Bengoechea

II Congreso Patronal, celebrado en el Palau de la Música en octubre de 1919 Mundo gráfico. 29/10/1919
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Soledad Bengoechea es doctora en historia contemporánea. Miembro del Grupo de Investigación Consolidado “Treball, Institucions i Gènere” y de Tot Història, asociación cultural.

Las asociaciones patronales que aquí llamaremos «de resistencia» comenzaron a aparecer en Barcelona y su provincia al calor de la Ley de Asociaciones de 1887. Estas sociedades eran una forma más utilizadas por el empresariado como plataformas que les cohesionaban para defender mejor sus intereses. La conflictividad de principios del siglo XX y, sobre todo, la difícil coyuntura de 1919, fueron el motor que impulsó el florecimiento de estas asociaciones específicas patronales. La patronal formaba sociedades de resistencia, llevaba adelante un decidido propósito de autoorganización con tal de presentar un frente unido a un combativo movimiento obrero y ante los gobiernos de la Restauración que, en ocasiones, se mostraban reformistas en un intento por frenar la conflictividad social.

Estas asociaciones eran distintas de las que, desde hacía años, agrupaban a la burguesía. Hay que tener en cuenta que organizaciones patronales de raigambre, como el Fomento del Trabajo Nacional, cuyos orígenes se remontan a siglos pasados, no eran sociedades de resistencia. Sus estatutos se lo prohibían tajantemente. No podía inmiscuirse en los conflictos sociales, en las huelgas, tan numerosas; tampoco decretar locauts.

Entre los años comprendidos entre 1887 y 1909, las sociedades patronales se hallaban divididas por parcelas sectoriales, territorialmente y especialización de oficio industrial. En esos primeros años no había ninguna asociación que pretendiera abarcar un ámbito más amplio que el de su propia localidad. Pues bien, a partir de 1910, además del aumento del número de sociedades, puede observarse una creciente tendencia a la agrupación de patronos de distinto oficio en una única organización. Entonces es cuando aparecieron las primeras Federaciones patronales.

Durante los años que coincidieron con el cambio de siglo (del XIX al XX), el proceso de articulación de los empresarios textiles en asociaciones patronales de resistencia, se fue llevando a cabo de manera independiente a la de otros sectores punteros en Cataluña: construcción, metal y madera. Aunque los patronos del textil se asociasen al margen de estos, su estructuración se llevaba a cabo de manera paralela, se ha dicho ya, obedeciendo a unos motivos similares: la conflictividad social y el reformismo de algunos sectores de los gobiernos de la Restauración. Al largo de los años, este parecido en la persecución de unas mismas finalidades llevará a los empresarios de estos mismos ramos industriales a dejar de lado su independencia inicial, y a un inevitable entendimiento y a una actuación común.

La importancia del textil

A principios del siglo XX, la provincia de Barcelona, que reunía la mitad de los habitantes de toda Cataluña, era, con mucha diferencia, la más importante productora textil. Hacia 1905 tenía 28.980 obreros dedicados a esta industria (de la que una gran mayoría eran mujeres), más 7.678 trabajando en el ramo del agua. El sector más importante era el de la industria del algodón, seguido por el de la lana. Aparte de la misma Barcelona, los núcleos urbanos más importantes eran Sabadell, Terrassa, Manresa y Mataró. Los capitales aportados para hacer posible este proceso de desarrollo surgieron hacia mediados del siglo XIX, cuando unos hombres que llegaron a crear verdaderas sagas familiares invirtieron los beneficios, obtenidos generalmente en el comercio de ultramar en las plantaciones cubanas, en la industria textil. Hacia 1844 introdujeron las selfactinas, utilizando la fuerza hidráulica de los ríos y el vapor, colocando la industria catalana en un lugar destacado de la producción mundial. Estos hombres se llamaban Güell, Ferrer, Muntadas, Batlló, Serra, Sert, Valls, etc., y se pusieron al frente de diversas dinastías. Ello consagró la hegemonía textil catalana, que aprovechó el puerto de Barcelona para la descarga del algodón y las cuencas del Fluvià, el Ter y el Llobregat, y el Cardener para el emplazamiento de las fábricas.

Desde que adquirió un mínimo nivel de desarrollo, el textil se encontró con dos problemas importantes. El mercado español era fundamentalmente pequeño y las posibilidades de vender en el exterior eran limitadas. Hubo que esperar al impacto que la Primera Guerra Mundial (1914-1918) tuvo en la economía –al abrir nuevos mercados− para que se produjesen cambios en la industria textil. Por otra parte, las tensiones sociales suscitadas por los obreros del sector eran, también, una preocupación para muchos fabricantes. Tensiones que se manifestaban, entre otras cosas, por pasar de una economía artesanal a otra plenamente capitalista. Las protestas estaban motivadas no sólo por la consecución de reivindicaciones concretas, de mejoras salariales o de reducción del horario laboral, sino también por la introducción de nueva maquinaria; eso, lógicamente, era un motivo más que impedía a la industria textil innovarse, tanto tecnológica como organizativamente. La resistencia obrera a cualquier reducción del volumen del trabajo en el sector fue una constante durante las primeras décadas del nuevo siglo. Puede decirse que, en general, la lucha contra la renovación o el mantenimiento de las dimensiones del mercado de trabajo en la industria fue una de las razones más poderosas de la sólida implantación de los sindicatos obreros catalanes y también de su radicalización. Constantemente, una prioridad en sus reivindicaciones era que hubiese trabajo para todos los obreros, en un contexto en que había un número considerable de mano de obra sobrante. Así, la lucha contra el paro fue uno de los objetivos presentes en las luchas obreras y acompañó en numerosas ocasiones a los conflictos que estaban motivados directamente por las condiciones de trabajo.

Además de estos dos condicionantes, los fabricantes tenían también numerosas fricciones entre ellos. La misma estructura de la industria textil era muy competitiva, porque había un gran número de empresas de dimensiones reducidas. Además, había otro un problema ocasionado por las características que presentaba esta industria: su diversidad. Las condiciones de producción de las fábricas del llamado Llano de Barcelona o de la Media Montaña −de Vilanova i la Geltrú a Canet de Mar−, eran muy diferentes de las que se daban en la Alta montaña, que comprendía el resto de Cataluña, especialmente las fábricas de las cuencas fluviales del Alto Llobregat, del Ter y del Freser. En esta zona, que hacia 1913 equivalía al 75 por cien de la industria textil catalana, predominaban las colonias industriales, en las que la mano de obra era, en general, menos cualificada y mas disciplinada, hecho que permitía que los salarios fuesen más bajos y las jornadas laborales interminables, con la excusa de no desaprovechar la fuerza hidráulica de la cual dependían. Por tanto, era muy difícil implantar una reglamentación uniforma para todo el sector. Ello ocasionaba continuos enfrentamientos entra los mismos fabricantes localizados en áreas diversas o de diferente especialización: tejidos, hilados, etc.

Pervivencia de las asociaciones patronales arraigadas y formación de las sociedades de resistencia

Ya des del XIX la patronal del textil tenía asociaciones muy arraigadas y el Fomento del Trabajo Nacional era, sin duda, la más importante. A su lado también había otras entidades específicas, pero, como el Fomento, no actuaban como sociedades de resistencia. Este era el caso, por ejemplo, del Colegio del Arte Mayor de la Seda de Barcelona. La industria sedera, menos importante que la algodonera o la lanera, tenía sus centros en Manresa, Mataró, Reus y en algunas poblaciones costeras. Algunos hombres que dirigían la entidad eran: Laureà Moreno, Frederic Bernades, Trinitat Marcó, Ramon Borrell y Francesc Marti. Todos eran vocales de la junta directiva del Fomento del Trabajo Nacional.

Dentro de la industria lanera, las ciudades que habían sobresalido eran Sabadell y Terrassa, seguidos, pero ya muy de lejos, por algunos puntos concretos gerundenses, como Olot y Ripoll. Tanto en Sabadell como en Terrassa había asociaciones patronales que tenían un gran protagonismo en la vida económica y social de ambas comarcas. Este era el caso del Gremio de Fabricantes de Sabadell (fundado en 1558). En 1863, esta entidad impulsaba el Instituto Industrial de Sabadell, en 1881 La Unión Lanera Española y en 1886 creaba la Cámara Oficial de Industria y Comercio de Sabadell. Afínales del XIX, el Gremio daba un paso importante al fundar la Unión Industrial. Esta entidad ya presentaba un carácter diferenciado del Gremio, ya que actuaba como una verdadera sociedad de resistencia. Específicamente, su función era lidiar en los problemas suscitados entre patronos y obreros y también en los que se presentaban entre los propios patronos.

En Terrassa, la organización más importante a finales del siglo XIX era el Instituto Industrial de Terrassa, nacido el 1873 resultado de la fusión del antiguo Gremio de Fabricantes y la Asociación de Fabricantes; estaba integrado por 70 industriales. Esta entidad tenía un representante fijo en Barcelona y otro en Madrid. Este último actuaba como interlocutor entre el Instituto y los políticos influyentes del gobierno. En 1886, siendo secretario del Instituto Industrial el político Alfons Sala i Argemí (conde de Egara) −industrial, abogado y político español− el cual también era de la junta directiva del Fomento, se acordaba la creación de la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Terrassa y, el año 1900, una Mutua de Seguros.

Otra localidad importante en el sector de la industria textil era la ciudad de Manresa, situada a la orilla izquierda del río Cardener. Durante todo el siglo XIX esta localidad se fue industrializando, hasta alcanzar un gran desarrollo. A principios del siglo XX tenía 19 fábricas de hilados y 23 de tejidos de algodón. Debido a este auge, las asociaciones patronales de resistencia se prodigaron en la zona. Señalemos la Asociación de Fabricantes de Manresa y su Comarca. Y en 1908, desde la empresa «Bertrand y Serra» se potenciaba la Asociación de Fabricantes de Hilados y Tejidos de Manresa y su Comarca. En 1915, la empresa de los Bertrand tenía 650 telares y 20.000 husos. Los Bertrand constituían una familia muy conocida en Manresa. Miembros de esta saga ocupaban cargos muy importantes en la dirección del Fomento del Trabajo Nacional y uno de ellos, Juan, en 1919 sería presidente de la organización patronal Federación de Hilados y Tejidos de Cataluña. Otra empresa importante de Manresa era la de Fermín Roca, que contaba con 240 telares y 6.000 husos.

Pero no todas las localidades catalanes dedicadas a la industria textil tuvieron ese auge. En algunas zonas, durante el cambio de siglo, la industria textil había padecido una situación difícil. Entre otras cuestiones, sufrió la pérdida de los mercados coloniales, que afectó directamente a la industria del algodón. Una de las zonas más perjudicadas fue las cuencas del Ter y del Freser.

Manlleu, por ejemplo, centro fabril muy importante, en aquellos años tenía 5.000 habitantes. De ellos, la mayoría trabajaba en el textil. Allí, en 1899, se había creado una sociedad obrera, el promotor de la cual era un activo anarquista llamado Francesc Abayà. Abayà comenzó entonces a lanzar consignas llamando a una huelga general. Pretendía que los fabricantes volviesen a los sueldos pactados en 1891. Como respuesta, el conocido industrial y político de la Lliga Regionalista, Albert Rusiñol, nacido en 1862, presentó a los fabricantes y obreros de la ciudad un proyecto de creación de tres organismos: una junta de conciliación, un jurado mixto y una mutualidad. El jurado mixto se planteaba como una fórmula de pacto social, voluntaria, en la cual no se permitiría la injerencia del poder central, que se rechazaba frontalmente. No tenía nada que ver con los proyectos estatales sobre jurados mixtos; la patronal catalana los rechazaba de pleno.

Los conflictos de las comarcas del Ter y del Freser acabaron con lo que se llamó «el pacto del hambre», pacto decidido en los salones del Fomento del Trabajo Nacional. El acuerdo establecía no dar trabajo a los obreros que tuviesen vinculación con los sindicatos. Significó un triunfo empresarial, pues las sociedades obreras de la zona se clausuraron. Este éxito patronal no resultó extraño: en la zona funcionaban dos asociaciones patronales: La Asociación de Fabricantes de Manlleu y su Comarca, constituida en 1892, y Fabricantes del Alto Ter y del Freser, legalizada en 1899 a petición de Josep Botey, que pertenecía al consejo superior del Fomento. Además de estas sociedades locales, en Manlleu tenía su sede la Federación Textil Española. Al mismo tiempo, en Barcelona se producían procesos semejantes. En este sentido, se destaca que, en 1903, se formaba el centro Algodonero.

De la huelga del textil de 1913 a la Federación Patronal del textil

Durante la primera década del siglo XX, algunos sectores de la industria textil catalana se rehacían lentamente de las vicisitudes que habían padecido durante la crisis de fin de siglo. Según confesaban algunos empresarios, contribuía el hecho de que la producción catalana, al amparo del boicot que Turquía había declarado a Italia, pudo conseguir el mercado turco. Con todo ello, la exportación había aumentado en un diez por ciento por los pedidos destinados a mercados orientales y sud-americanos. Durante esos años, el sector lanero había aumentado su producción, sobre todo por qué había introducido nueva maquinaria. En cambio, el algodonero, solo había experimentado una tímida reactivación. Las dificultades, siempre presentes, se acentuaron a partir de 1913, cuando una vez resuelto el conflicto balcánico, la exportación cesó de nuevo; lógicamente, en aquel contexto los problemas volvieron a multiplicarse por el hecho de no encontrar mercados donde colocar la producción. Con este panorama de fondo, durante el verano de aquel año la situación estalló, y los obreros –sobre todo las obreras- del textil hicieron de Cataluña el escenario de una huelga sin precedentes que empezó el 30 de julio, y se prolongó hasta el 15 de septiembre y en algunos momentos tuvo un carácter de huelga general. Por su intensidad, puede decirse que aquel conflicto fue uno de los más importantes del siglo y afectó principalmente las comarcas del llamado llano de Barcelona, que era donde los trabajadores solían mostrarse más combativos.

La huelga la iniciaron los trabajadores enrolados en La Constancia, organización de los asalariados del textil formada en octubre del año anterior en la barriada del Clot de Barcelona. De los ocho mil afiliados que tenía la sociedad, la mayoría eran mujeres. Ellas fueron las protagonistas destacadas de un conflicto que tuvo como móviles más importantes conseguir para Cataluña el cumplimento de la ley que regulaba y unificaba el horario de trabajo femenino, el aumento de salarios y la reducción de la jornada laboral femenina (legalmente, desde el año 1900, la jornada laboral en España era de 66 horas semanales, pero en realidad era superior y variaba según las circunstancias). El presidente del Fomento del Trabajo Nacional, Eduard Calvet, un hombre de cuarenta y tres años de edad, no se avino a hacer de mediador con el gobierno alegando, como era su costumbre, que no era una sociedad de resistencia. El 9 de agosto, en Cataluña paraban 63.000 trabajadores textiles, pero no consiguieron hacer estallar la mítica huelga general. El paro tuvo en todo momento un carácter laboral y reivindicativo, que no se alteró a pesar de algunos intentos de los anarquistas de generalizar el conflicto.

Pero el gobierno, presionado por una situación cada vez más conflictiva, publicó un R. D. mediante el cual se establecía que la jornada máxima de los obreros de ambos sexos dedicados a la industria textil no podría exceder de 60 horas semanales.

La medida, extensiva a toda España, fue acatada por Calvet y por el Consejo Superior del Fomento, pero fue muy mal acogida por los socios de las agrupaciones textiles de la Corporación. Los empresarios disconformes comenzaron a celebrar asambleas, redactaron manifiestos y llevaron a cabo otro tipo de actuación. Y unos días después una junta de socios se reunía en el Fomento. Ocupaba la presidencia un empresario, Josep de Caralt, quien tres años después sería conde de Caralt, ya que Calvet se negaba a ocupar ese cargo. Intentado justificar a su antecesor, Caralt manifestaba las causas por las cuales el Fomento no había intervenido abiertamente durante los pasados conflictos: en primer lugar, porqué no era una asociación de resistencia, en segundo lugar, porque no estaba constituida únicamente por industriales textiles y, ligado con el primer punto, porqué muchos industriales, con los estatutos en la mano, se resistían a la intervención.

Así las cosas, el 22 de octubre de 1913, mientras en Madrid en el Instituto de Reformas Sociales comenzaba la discusión sobre el proyecto de reducir la jornada laboral, en Cataluña se estructuraba una federación patronal del textil que sí actuaría como una sociedad de resistencia: la Federación de Fabricantes de Hilados y Tejidos de Cataluña. Sus objetivos eran claros: luchar contra las demandas de las asociaciones obreras y contra la actuación supuestamente reformista del gobierno. La presidencia de esta nueva Federación siempre fue recayendo sobre miembros del Fomento del Trabajo Nacional.

Hacia una articulación local: la actitud de los patronos del Llano

Pocos meses después de la gran huelga del textil, se observa que en el denominado Llano de Barcelona, lugar donde había comenzado y tenido mayor virulencia el conflicto anterior, se producía un intenso movimiento de cohesión patronal. A lo largo de 1914, algunos patronos de aquella zona se fueron articulando en asociaciones locales. El objetivo más importante es que dichas sociedades actuasen como asociaciones de resistencia. Pero también se pretendía que trataran de unificar las tarifas salariales entre las empresas de la misma barriada o localidad.

Siguiendo este criterio, y mientras nuevamente los obreros del sindicato La Constancia planteaban conflictos, en marzo de 1914 se constituía la Asociación de Fabricantes de Hilados y Tejidos de San Martí de Provençals en la barriada de ese mismo nombre. Este era un antiguo municipio anexionado a Barcelona en 1897. Sus condiciones de salubridad continuaban siendo pésimas –las peores de Barcelona-, a pesar de que en el siglo XVIII la industrialización había secado las aguas de sus torrentes. En 1900 aún había popularmente conocidas como «Prat de les Febres» y «Febres Noves». En esa época, este llamado «Manchester Latino» acogía más de mil fábricas, una de ellas, Fabra y Coats, propiedad del marqués de Alella, tenía ocupados unos dos mil obreros.

La Asociación de Fabricantes de Hilados y Tejidos de San Martí de Provençals se formó con 45 fabricantes de la zona. Poco después ya tenía entre sus afiliados el 65% de los industriales establecidos en su demarcación, que estaba formada por antiguos municipios de Sant Martí de Provençals y Sant Andreu.

Paralelamente, en la barriada de Hostafrancs los patronos del textil también se movilizaban. Allí, 16 fabricantes de hilados y tejidos, que tenían 1.500 trabajadores, constituyeron una nueva asociación patronal de resistencia, que pasaba a denominarse Asociación de Industriales Textiles de Sants-Hospitalet. Una de los objetivos de la asociación era conseguir la unificación de las tarifas salariales de las empresas ubicadas en la barriada. Con este fin, un año después se nombro una Comisión, compuesta por los socios Francesc Trinxet –pertenecía al Consejo Superior del Fomento− y Pau Rolduà Figueras –vocal de la Junta Directiva del Fomento− para que trabajasen sobre este problema en las fábricas de los asociados.

Otra de las funciones a que estaba abocada esta asociación era la de ocuparse de cuestiones de carácter social, ejerciendo un tipo de paternalismo hacia los obreros de las fábricas de los patronos asociados. En 1916, la Asociación otorgaba un préstamo de 100.000 pesetas a la Cámara Regional de Cooperativas de Cataluña y Baleares, con el objetivo de que facilitasen los artículos de primera necesidad a estos trabajadores a unos precios más asequibles que en los establecimientos. Según los mismos patronos explicaban, esta iniciativa no tuvo buena acogida entre los trabajadores.

En Sants estaban establecidas algunas de las fábricas más importantes de la España del XIX, como era el caso de La España Industrial, S.A., fundada el 1847 en Madrid por los hermanos Muntadas. En aquel año de 1914, el gerente de la asociación era Matías Muntadas, desde 1908 conde de Santa María de Sants, y contaba con más de 1.200 operarios.

La patronal del textil ante el reto de la Primera Guerra Mundial

Aunque España se mantuvo neutral en el conflicto, la Primera Guerra Mundial (1914-1918) afectó profundamente la economía catalana. De todas las industrias, la textil fue, en un primer momento, la más afectada por el conflicto. El impacto de la guerra generó un pánico inicial. Después de una situación de desconcierto general, la conflagración permitió que se intensificase la producción, ya que posibilitó el incremento de las ventas en los mercados exteriores que hasta el momento habían sido difíciles para introducir manufacturas textiles. Poco después de comenzado el conflicto, las repúblicas sud-americanas, y algunos países europeos, como Italia, Serbia y, sobre todo, Francia, empezaron a enviar pedidos a los fabricantes catalanes. En este último país, sobre todo, se encontraron sin mano de obra por la movilización de los jóvenes, y con una necesidad de mantas para las trincheras mayor de lo habitual. Esta circunstancia tan dramática, es la que salvó la industria textil catalana. El año 1915, más del 95% de las exportaciones de los tejidos de lana y más del 70% de los del algodón fueron a parar a los mercados europeos. El año 1916, la exportación de mantas a Francia llegó al 66% de los tejidos enviados. Este apogeo permitió que el año 1915 comenzase la electrificación masiva de muchas fábricas.

Durante los años paralelos a la confrontación bélica y al auge de las ventas de los productos textiles, el enfrentamiento entre fabricantes de diferentes ramos de la industria fueron muy frecuentes, entre otras cosas porque el eterno problema de la fijación de las tarifas de las diferentes operaciones se recrudecía en unos años de precios inestables pero con tendencia al alza. En aquel contexto, las agrupaciones patronales del textil que se iban creando no acababan de aglutinar la totalidad de un empresariado que se manifestaba con una mentalidad muy individualista, sobre todo teniendo en cuenta que tenían que disputarse un mercado interno limitado. El tradicional individualismo del empresariado catalán, que solo se dejaba de lado cuando se tenía que enfrentar a sus obreros, o a las medidas reformistas del gobierno, fue una fuente de fracasos cuando se intentó llevar a cabo algunos consorcios colectivos, por ejemplo, en Sabadell para la venta de productos sobre todo al extranjero.

Si en aquel momento los problemas entre los mismos patronos se prodigaban, eso no era nada comparado con la cantidad de conflictos que provocaban los obreros, después del paréntesis del estallido de la guerra. La situación en cierta manera en el mercado del textil afectaba duramente a los trabajadores, que se veían obligados a acostumbrarse a una realidad cambiante. A medida que se aumentaban los sueldos, se disparaban los precios, en una dramática carrera inflacionista. Además, a pesar de que con motivo de la huelga del textil de 1913 se había conseguido la publicación del R.D. mediante el cual se rebajaba el horario laboral, no tardaron en plantearse reivindicaciones para conseguir que este fuese puesto en marcha. Se ha de tener en cuenta que incluso en 1916 la cuestión aún estaba pendiente. Por tanto, las huelgas no cesaban. Por ejemplo, en 1914 se iniciaba una muy importante en Igualada; pues bien, siguiendo el proceso descrito tantas veces, al año siguiente la patronal del textil de la comarca se reunía y formaba una organización: la Asociación de fabricantes de Tejidos de Igualada.

Pero no solo la provincia de Barcelona era escenario de conflictos. En la localidad de Reus, de la provincia de Tarragona, durante el mes de abril de 1915, se iniciaba una huelga en la Fabril Algodonera, conocida como el Vapor Nuevo, donde trabajaban 800 mujeres y 200 hombres. La patronal del textil de esta localidad solicitó, de inmediato, ayuda a las entidades económicas. Estas, con el Fomento del Trabajo Nacional al frente, aprobaron por unanimidad la decisión de decretar un locaut en aquella localidad. En aquellos momentos, el presidente del Fomento era un hombre de cincuenta y tres años, Josep de Caralt, conde Caralt, que había sucedido a Eduard Calvet al dimitir este de su cargo como consecuencia de la huelga de 1913. Caralt vivió muy de cerca todo aquel proceso y aprendió la lección. Aunque el Fomento siempre decía que no podía inmiscuirse en los conflictos laborales, lo hizo por ejemplo en 1913 como se ha visto, en esta ocasión concreta se «mojó» de pleno, aprobando la decisión del cierre empresarial y mostrando, una vez más, su adaptabilidad. Esta oposición de Fomento recibió de inmediato la reprobación del gobierno del conservador Eduardo Dato. No obstante, la decisión siguió adelante después que fue corroborada durante un banquete organizado por la Lliga Regionalista. Fue con ocasión de estos sucesos que las elaciones entre el gobierno y el Fomento se rompieron. Los patronos no dudaron en actuar de espaldas al gobierno, confiando únicamente en la fuerza que les proporcionaba una cohesión que se acentuaba con el paso del tiempo.

Avanzaba aquel caluroso verano de 1915 y continuaba el locaut. En solidaridad, se declaraban en huelga los obreros de diversos ramos. El más beligerante fue el de los carreteros. Pero la patronal, que se mostró inflexible, prolongó el locaut hasta el 20 de septiembre. La dura posición de los patronos hizo ceder a los obreros, que tuvieron que volver al trabajo sin haber conseguido ninguna de sus reivindicaciones. Cuando abrieron sus puertas, los empresarios se dedicaron a hacer una selección del personal de la fábrica y dejaron sin trabajo a un gran número de obreras y obreros.

En este proceso de lucha, que finalizó con un triunfo empresarial, fue decisivo el papel que jugaron las organizaciones patronales, tanto las de raigambre como las de resistencia. Unas y otras operaron en distintos campos, pero su quehacer estuvo encaminado a la consecución de una misma finalidad. Dirigentes de corporaciones económicas, como el Fomento, de acuerdo con hombres de la Lliga, demostraron que en un momento dado podían actuar de espaldas al gobierno; solo tenían que unir sus energías y demostrar la fuerza que de que gozaran los patronos cuando se unían a algunos políticos.

Con un gobierno liberal presidido por el conde de Romanones desde diciembre de 1915, 1916 fue escenario de continuos conflictos, sobre todo en Barcelona. Justo iniciado el año, ya se declaraban en huelga los obreros de la construcción, del metal, los caldereros y los panaderos, a la vez que se producían un gran número de atentados sociales. Y así llegó el mes de marzo. Entonces, el sindicato anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo, fundado en Barcelona en 1910, se arriesgaba a convocar una huelga general en solidaridad con los obreros de la construcción, pero solo consiguieron movilizar a los trabajadores del textil; en total pararon los 14.000 obreros y obreras del sector, en demanda de un 50% de aumento salarial. Vano intento. Después de una semana de paro se vieron obligados a volver al trabajo sin ver concedidas ninguna de sus peticiones. Meses después, en Barcelona comenzó un nuevo conflicto en el textil. Como respuesta a estos acontecimientos, a comienzos de 1917 se hacían gestiones para la constitución de una Asociación Textil de Gracia. En aquella barriada de Barcelona, los conflictos habían revestido una importante gravedad. El núcleo inicial de la nueva asociación patronal lo formaban 20 fabricantes, número que aumentaría hasta llegar a 26 el año 1923. Su primer presidente fue Salvio Iborra, quien más delante presidió la Mancomunidad de Fabricantes de Tejidos de Algodón de Cataluña. Como ya era tradicional en este tipo de asociaciones, Iborra era un destacado miembro del Fomento del Trabajo Nacional.

En definitiva, haciendo una recapitulación, hay diversos aspectos que parece adecuado resaltar. En primer lugar, y como un hecho crucial, llama la atención las complejas relaciones que las sociedades patronales del textil mantenían con una entidad de raigambre como el Fomento del Trabajo Nacional. Es un hecho que, al menos a nivel de directivos, ambos tipos de organizaciones venían a ser lo mismo. En ciertos momentos, esta realidad sugiere inevitablemente pensar que estas asociaciones fueron impulsadas por el propio Fomento. En otras, por el contrario, todo parece indicar que esta corporación, el Fomento, solía hacer un repliegue de defensa para protegerse precisamente de unas organizaciones que le hacían la competencia en el terreno asociativo.

Enlazado directamente con lo anterior, vale la pena insistir en el tipo de patronos que impulsó estas sociedades patronales y la misma Federación Textil. Pues bien la realidad del conjunto indica que las organizaciones de resistencia del textil pertenecían, en general, a la burguesía catalana de más raigambre. Hombres como Claudi Arañó Arañó, Joan Puig Marcó, Francesc Martí Bech, el futuro conde de Caralt, Eduard Calvet, Salvio Iborra, entre otros, fueron activos dirigentes de este ramo industrial. Por otra parte, el panorama descrito pone de relieve, igualmente, que una buena parte de aquellas entidades –principalmente conviene destacar la Federación de Hilados y Tejidos de Cataluña− ya funcionaban antes del conflicto bélico, lo cual evidencia que la conflictividad en Cataluña era la norma y no la excepción durante los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Significativamente, el modelo descrito resulta igualmente válido para el proceso que se dio en las sociedades patronales del metal. Y más aún, más tarde, tanto la patronal metalúrgica como la del textil formaron parte de la Federación Patronal de Barcelona –un verdadero «sindicato patronal»−, la cual era dirigida por unos hombres, ligados a las empresas de la construcción, que también irrumpieron en escena bastante antes de 1914.

1919: cohesión de las asociaciones textiles en torno a la Federación Patronal de Barcelona

Durante 1919 las asociaciones patronales brotaron por doquier. Ello respondió a varios motivos: por una parte, fue una contestación clara a los acontecimientos de ese año, que comenzó con la denominada «Huelga de la Canadiense»; como es sabido, mediante ella se consiguieron las 8 horas de jornada laboral. Por otra parte, fue una respuesta al punto establecido por la Federación Patronal de Barcelona, que indicaba que solo podrían adherirse a dicha organización las asociaciones que previamente estuvieran legalizadas. En el libro de expedientes del archivo del Gobierno Civil, se contabilizan las siguientes asociaciones del textil inscritas durante aquel lejano ya 1919: Asociación de Fabricantes de Tejidos de Lana, Agrupación de Fabricantes de Géneros de Punto de Igualada, Asociación Auxiliar de la Industria Textil de Sabadell (reformada), Asociación Lanera de Sabadell, Asociación de Fabricantes del Alto Llobregat (reformada), Asociación de fabricantes Textiles el Ter y del Freser (reformada), y Mancomunidad de Fabricantes de Tejidos de Algodón y sus derivados de Barcelona.

En octubre de 1919, justo cuando el cumplimiento de conceder la jornada laboral de 8 horas diarias entraba en vigor, un informe elaborado por una Federación obrera, la Federación del Arte Fabril y Textil de España, radicada en Barcelona, dirigido al ministro de la Gobernación, indica que en las zonas de Cataluña donde los fabricantes estaban adheridos a la Federación Patronal, estos se negaban rotundamente a cumplir dicho decreto.

Este escrito se ha realizado basándose en fuentes extraídas del libro de la autora: Organització patronal i conflictivitat social a Catalunya, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1994.