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El Pueblo español de Montjuic: una ciudad evocada sin espacio ni tiempo, por Soledad Bengoechea

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Soledad Bengoechea, doctora en Historia Contemporánea. Miembro del Grupo de Investigación Consolidado “Treball, Institucions i Gènere” de la UB.

El Pueblo Español se construyó en 1929 en el contexto histórico de la Dictadura del general Primo de Rivera, dentro de las actividades de la Exposición Internacional de Barcelona, y devino una síntesis de la arquitectura y una muestra artesanal de la España de la época.

¿De dónde surgió la idea de su construcción? Un periodista de la época que firmaba Miself decía en la revista D’aci i d’allà:

Tan complicado como adivinar los orígenes de la Gran Guerra es saber a quien pertenece la gloria de haber imaginado esta reconstrucción medio arqueológica, medio pintoresca y que ha desvelado tantos entusiasmos y ha dado lugar a una enorme montaña de fotografías. Cuando alguien, en la prensa, ha probado de aclarar esta punta de la genealogía, un número respetable de señores se ha avanzado para decirnos con aires más o menos modestos “El padre de la idea soy yo”.

Como puso de manifiesto Miself, conocer la autoría de la idea, individual o colectiva, de construir el Pueblo ha estado salpicado de polémica. Casi siempre se ha acabado diciendo que fue, como tantas otras cosas de la exposición, un planteamiento colectivo nacido de distintas sugerencias.

Se sabe al respecto que el pintor Miquel Utrillo plasmó en el papel un primer esbozo cuando el alcalde de Barcelona, Fernando Álvarez de la Campa, le animó a colaborar con el proyecto de la Exposición Internacional. El 6 de octubre de 1923, Utrillo presentó un anteproyecto para construir un “pueblo español” una propuesta que el pintor llamaba “Iberiona”. En una carta, datada en febrero de 1924, el alcalde acusaba recepción dicha memoria, con ello el proyecto de Utrillo entraba oficialmente en el Ayuntamiento de Barcelona.

El disparo de salida

Entre los concursos de pabellones del vasto complejo de Montjuïc y el frenesí de su construcción hay una fecha concreta, el 28 de diciembre de 1926, que podemos considerarlo como el disparo de salida de la carrera para construir el que será el Pueblo Español. Ese día, el arquitecto Francesc Folguera, a iniciativa de Lluís Plandiura, fue designado por los directivos de la Exposición como uno de los profesionales que tendría la responsabilidad de llevar adelante la sugerente idea que entonces llamaron “Pueblo Típico Español”. Esta denominación fue substituida, poco después, por la de “Pueblo Español”. Folguera sugirió además al Comité de la Exposición la contratación de otro arquitecto contemporáneo de prestigio contrastado: Ramon Reventós.

La idea del Pueblo Español no fue una invención muy original, la filosofía de recrear la arquitectura de un país en una exposición no era algo nuevo, en otras exposiciones universales ya se habían ensayado. La exhibición de modelos de ambientes y arquitecturas populares de un determinado país se habían expuesto: en el Borgo Medievale de Torino en 1884, la serie de imitación histórico-folclórica de París en 1889 (en esta Exposición se constituyeron la Ciudad Colonial y el Pueblo Africano, únicos precedentes del Pueblo Español), en el Vallage Flamand de Amberes y el Village Suïsse de Ginebra, ambos de 1896. Y al menos desde la Exposición de 1900 celebrada en París, pero sobretodo desde la de Lieja, (1905) y la de Bruselas (1910), había sucedido el hecho nuevo de contar con la arquitectura del país como espectáculo visual, formando parte del montaje que programaba la exposición además de las habituales máquinas y productos manufacturados.

Borgo Medievale de Torino construido en 1884

En Barcelona se escogió la representación de un conjunto de edificios extraídos de la arquitectura popular española que serían incorporados en una especie de collage. Se trató de reunir en un pueblo edificios representativos de las diferentes regiones de España, que se incluirían entre los pabellones dedicados al arte. Los constructores del Pueblo Español pretendieron que fuera un recinto que mostrara la esencia de los distintos pueblos de España, quisieron levantar un conjunto que representara las diferentes Españas. El espacio reconstruye con profusión detalles característicos la vida de pueblo en diferentes épocas y regiones españolas. En definitiva, el recinto fue construido con el propósito de componer una imagen global y abstracta de una población española de categoría media. Por eso hay una Plaza Mayor, porque es difícil encontrar un pueblo que no tenga una; hay una iglesia, en la que se celebrarían misas; un edifico destinado a Ayuntamiento; un monasterio, y también calles, fuentes, comercios. También pensaron que habría artesanos que trabajarían cara al público. A la entrada del conjunto, justo a las puertas de Ávila, había un aviso de la autoridad: “Por orden de la autoridad gubernativa se prohíbe el tránsito de toda clase de vehículos antiguos y modernos por el recinto del Pueblo Español”. Y, a las afueras, hay un abrevadero para las caballerías y, en la pared, la sentencia del alcalde: “Por orden de la autoridad se prohíbe ensuciar esta agua bajo la multa de cien reales de vellón”.

Se trataba solo de hacer un aparador provisional, en un primer momento  estaba diseñado para ser derruido una vez que la Exposición hubiese finalizado. La consigna de los organizadores era montar un recinto a base de escayola, pero parece que fue el arquitecto Francesc Folguera quien se opuso a la idea, incorporando materiales sólidos que darían al monumento una  existencia no perecedera.

Los reconocidos artífices intelectuales del Pueblo Español fueron: Utrillo, Nogués, Reventós y Folguera. Ellos representaban una amalgama de las corrientes artísticas del Modernismo, Posmodernismo y Noucentismo en Catalunya.

El recinto fue planteado esencialmente a partir de una preocupación estética profunda, inteligente y refinada. La construcción del Pueblo Español fue un conjunto orgánico. No fue fácil llegar a ese desenlace, en la práctica se necesitó el trabajo de muchos hombres. Sobre todo el de cuatro profesionales dotados de una extraordinaria sensibilidad, que hicieron con el tema un portentoso juego de manos.  

Estos cuatro profesionales fueron dos arquitectos: Ramon Reventós Farrarons y Francesc Folguera Grassi; un pintor: Xavier Nogués Casas; y un ingeniero industrial: Miquel Utrillo Morlius.  Hombres de gran valía, que gozaban de un magnífico prestigio, se hicieron cargo del proyecto, entendiendo el encargo dentro de unos intereses culturales muy concretos. Unos profesionales que, movidos por la ilusión de crear una síntesis de la variedad y complejidad de España, realizaron diferentes viajes por la península para recoger abundante material iconográfico.

La obra de estas cuatro figuras expresa las tendencias culturales en la arquitectura que se sucedieron en Catalunya desde finales del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX: el modernismo (un movimiento nacido en Occidente y representado en Catalunya por Antoni Gaudí, Lluis Domènech y Montaner, Josep Puig y Cadafalch, Ramon Casas, Santiago Rusiñol, entre otros); el posmodernismo y el noucentismo (cuya expresión se impuso en Catalunya hacia la segunda década del siglo XX). Ellos marcaron las artes, las letras e incluso la manera de enfocar la política local.

Comencemos por reconocer a Miquel Utrillo, exponente del arte pictórico modernista. Nació en Barcelona en 1862 y murió en la turística y pintoresca ciudad de Sitges en 1934. Fue un hombre dinámico, inquieto, entusiasta. Junto con sus amigos Pere Romeu, Santiago Rusiñol y Ramón Casas, fundó en Barcelona la famosa taberna ‘Els Quatre Gats’, local modernista, de gusto alemán.

En una de sus estancias en París, el artista conoció a Suzane Valadon. Ella le dio un hijo que sería el famoso pintor Maurice Utrillo (París 1883 – Cannes 1955).

Otro artista al que también debemos la fortuna de poder contemplar el Pueblo Español es Xavier Nogués, un hombre enormemente polifacético. Fue dibujante, caricaturista, grabador, ceramista, decorador y pintor. Nació en 1873 en Barcelona y murió en la misma ciudad en 1941.

De carácter muy inquieto, pronto entró en contacto con un grupo de intelectuales y artistas que se reunían en una taberna situada en la calle Hospital de Barcelona. El grupo tomó el nombre de la taberna, llamada ‘El Rovell de l’Ou’.

A pesar de que también era aficionado a la música y tocaba el violoncelo, optó por dedicarse al dibujo, sobre todo al dibujo de muñecos y caricaturas, que plasmó en las revistas de la época. Perteneció a la generación posmodernista, pero no demostró una personalidad fuerte hasta los años iniciales del noucentismo. Por su posición de síntesis y por su sensibilidad pictórica extraordinaria, fue el artista más representativo de este movimiento. Sus pinturas magníficas de figuras humanas cubren las paredes del despacho del Alcalde de Barcelona. Nogués fue el autor del cartel anunciador del Pueblo Español para la Exposición.

Junto con los dos artistas, los arquitectos Francesc Folguera y Ramón Reventós participaron también en el proyecto de diseñar el Pueblo Español. Veamos sucintamente la trayectoria de estos dos profesionales.

Francesc Folguera (Barcelona 1891 – 1960), fue el arquitecto director del Pueblo Español, En su juventud colaboró con Antoni Gaudí en las obras del monumental templo de la Sagrada Familia. Más tarde, entre 1928 y 1932, diseñó el Casal de Sant Jordi. Su estilo era prerracionalista, aunque su obra ha sido tildada de vanguardista. Hombre sencillo, modesto y cordial, no le gustaban las espectacularidades y habitualmente prefería quedarse en un segundo plano. Por ello, aunque creó obras sobresalientes, su nombre ha permanecido siempre en la penumbra, más discreto. En realidad, si el Pueblo Español ha persistido es debido a Folguera. Hizo una obra de arte auténtica, orgánica y armónica, de aquello que sin él no hubieran pasado de ser unos decorados magníficos pero frágiles, que probablemente habrían desaparecido con la clausura de la Exposición.

Obras de construcción del Pueblo Español. Urbanización de las calles y construcción de las casas. AFB

Por su parte, Manel Reventós (Barcelona 1892 -1976), junto con Folguera y otros arquitectos catalanes de la época, formó parte del movimiento racionalista centroeuropeo. En la calle Lleida de Barcelona construyó el primer edificio que llevaba el sello de este concepto arquitectónico. Las esbeltas torres gemelas, de estilo veneciano, que sirvieron de antesala a la Exposición Internacional de 1929, son también deudoras de su arte. Con el proyecto del Teatro Griego de Montjuïc, Reventós dejó huella de su cultura histórica y arquitectónica, ya que se inspiró en el teatro construido en la antigua ciudad griega de Epidauro. Reventós fue un arquitecto de una exquisita sensibilidad.

De cómo se hizo

Una de las características fundamentales de la gestación y construcción del Pueblo Español fue el entusiasmo que suscitó entre sus creadores. Ellos eran conscientes que estaban realizando una obra monumental, grandiosa. En una entrevista que un periodista realizó al arquitecto Ramón Reventós éste dijo lo siguiente:

El Pueblo Español, dígalo usted alto y muy claro, es la obra del entusiasmo. El Excmo. Marqués de Foronda, el señor Montaner, mi compañero señor Folguera, Nogués, Utrillo, los obreros, las casas encargadas de la fabricación de útiles, todos rivalizaron en la actividad, en el entusiasmo en la buena fe que esta obra despertaba en todos nosotros por igual. Su construcción fue algo que recordaré mientras viva. Trabajábamos mucho, sólo le diré a usted que algunos planos se terminaron casi al mismo tiempo que los edificios que planeaban, y que duró más la dificilísima gestación del proyecto que la misma obra. Pero trabajábamos en medio de un entusiasmo tan grande, de una camaradería tan unida alimentada por el don de gentes de Utrillo que, de haber sido ricos, no solamente no hubiésemos cobrado nada por esta obra, sino que hubiésemos pagado por trabajar en ella.

A pesar de que la reproducción de los edificios escogidos se hizo de manera fiel, en algunos casos se combinaron elementos de edificios diferentes, como es el caso del Ayuntamiento. En realidad, hubo un intento de interpretar y de adaptar, más que no de reproducir exactamente los modelos originales. Este planteamiento tan peligroso, que podía haber caído en el ridículo, fue enfocado con una sensibilidad extraordinaria. Y se construyó en menos de doce meses.

Plano del recinto del Pueblo Español en la Exposición Internacional de 1929. En la parte inferior central, relación de regiones de las que el Pueblo reproduce edificios: Andalucía, Aragón, Asturias, Castilla y León, Cataluña, Extremadura, Galicia, Mallorca, Murcia , Navarra, Valencia y País Vasco. AFB.

Para cubrir todos los edificios se compraron 800.000 tejas, que se adquirieron viejas, para evitar que desentonasen del conjunto. La iluminación fue un problema; era necesario hacerla eléctrica, pero era preciso que fuera discreta, es decir, que todos los cables quedaran ocultos.

El Pueblo Español constituye una buena muestra del quehacer de los artesanos de la época. Ninguna de las edificaciones está construida con piedra maciza pero es llamativo que a primera vista puede parecer otra cosa. Todo, o casi todo, está elaborado con moldes, en cal y mortero, simulando otros materiales, como el adoquín, el ladrillo e incluso la madera. Es el caso de las murallas que flanquean el acceso, que fueron construidas con solo cuatro o cinco moldes, con los que se fabricaron todas las piezas que la forman.

La simbología del Pueblo Español

El Pueblo tuvo una misión específica: la de apagar la idea de tiempo y lugar. ¿Hasta qué punto la configuración del recinto era capaz de sugerir este estado de ánimo? A pesar de sus dimensiones, modestas en comparación con las del conjunto de la Exposición, el recinto adquirió un valor iconográfico, en eso constituyó una irónica contraposición con el gigantismo del certamen.

¿Tuvo algún objetivo expreso? Lo ignoramos. En todo caso, es evidente que si realmente lo tuvo fue sobre todo nostálgico. Pretendió ser la representación de la ciudad ideal para ciudadanos satisfechos.

El esquema de la planta originaria del Pueblo Español corresponde a la idea de una ciudad medieval. Esta planta procedía del desarrollo de una maqueta inicial en la cual ya figuraba la planta porticada, el Ayuntamiento, la iglesia y el monasterio, es decir el esquema formal que acogía el aparato ideológico que permitió el funcionamiento de la sociedad feudal. Además, recordemos que el Pueblo había de estar amurallado, una características más de las ciudades medievales. Por otro lado, hubo interés en que para el público el estilo de los talleres y de las tiendas conservase un cierto tipismo, de manera que recordase el ambiente de los diversos gremios que en la edad media habían dado al artesanado arraigo y esplendor. Este interés medievalizante nos trasporta al modernismo, que pretendía recuperar un pasado arquitectónico idealizado.

Una primera ilusión del Pueblo Español presentándose como reflejo medieval puede ser la síntesis perfecta del canto a la operación “colectiva” que la Exposición tendría que ser. Sumergir a todos los ciudadanos en el concepto  de que participar en una tarea colectiva no estaba tan lejos de los postulados de la ciudad ideal medieval y de su anhelo de convivencia. Al constituirse como “obra colectiva”, el Pueblo se presenta como un elemento ideal que aspira a hacer de Barcelona una ciudad equilibrada, perfecta, joya del ideario noucentista perseguido desde principios del siglo por la Lliga Regionalista, partido político catalán que tuvo gran éxito entre la burguesía y las clases medias catalanas.

El Pueblo actuaría como un reflejo utópico para convencer al espectador que el proceso de transformación que Barcelona había experimentado para convertirse en una ciudad moderna, con la consiguiente aparición del proletariado, de las masas, en definitiva, en la vida pública, se podría hacer sin tensiones graves que alterasen su equilibrio inicial.

La expedición. Su preparación  

Para iniciar la preparación del que sería el Pueblo Español los diseñadores consultaron el material del archivo fotográfico de las diferentes regiones españolas que había en las oficinas técnicas de la Exposición. Además, desde hacía años, en la Diputación de Barcelona había un servicio de catalogación de monumentos iniciado por el arquitecto Jeroni Martorell que recogía también un voluminoso archivo fotográfico. A pesar del abundante material de fotografías sobre España de que disponían, se consideró que era necesario buscar más y también vieron la conveniencia de documentarse mejor, no solo como modelos de edificios sino sobre el ambiente que les envolvía. Fue entonces cuando Lluís Plandiura, un coleccionista de obra de pintores modernistas catalanes, tuvo la feliz idea: la de hacer diversos viajes por España para recoger material fotográfico que inspirase desde la autenticidad el posterior trabajo de creación. A continuación Plandiura se puso en contacto con los cuatro progenitores del Pueblo Español de los que antes hemos tratado.

Utrillo, Nogués, Reventós y Folguera recogieron la idea y enseguida se pusieron en contacto con el Ayuntamiento. El Alcalde recibió la idea con alborozo y puso a su disposición un coche de lujo de una gran calidad para la época, un Hispano-Suiza de 32 caballos. Chofer incluido.  

Los cuatro amigos pusieron manos a la obra. Entre 1927 y 1929 viajaron por toda la península, recorriendo incluso el sur de Portugal. Emplearon treinta días en la primera salida, quince en la segunda y veinticinco en la tercera. En total, mil seiscientas poblaciones visitadas. Durante los viajes hicieron centenares de fotografías, dibujos y anotaciones que les permitieron escoger lo que mejor se adaptaba a la obra que tenían que plasmar. Los autores se ciñeron a una concepción, si no rural, bastante apartada de un núcleo progresivo, moderno mecanizado y ciudadano. Quisieron que el Pueblo Español realzase la vida humilde y trabajadora de muchas villas y lugares españoles.

Dado que los diseñadores viajaban en coche, las islas Baleares y las Canarias quedaron excluidas del proyecto. Pero finalmente se decidió incluir un edificio de Palma de Mallorca, que fue reproducido con ayuda de fotografías.

El viaje más largo, entre finales del verano y principios del otoño de 1927, fue preparado con cuidado y meticulosidad. El coche fue cargado hasta arriba, como si los viajeros fueran al fin del mundo. Adornado con la banderita de la Exposición que volaba al aire, los expedicionarios se prepararon para realizar miles de quilómetros haciendo y deshaciendo carreteras.

En el coche pusieron un aparato de proyección y diapositivas. Los cuatro amigos pensaban hacer propaganda de su tierra catalana por las diferentes regiones españolas. Con este material pensaban dictar conferencias y repartir planos.  Lo que es seguro es que su presencia causaba sensación en todas partes por donde pasaban. Por ejemplo cuando llegaron a Santander los retratos de nuestros viajeros salieron en los periódicos de la ciudad.

Una ruta difícil en una España atrasada

Cubiertos con los indispensables guardapolvos, los cuatro amigos se pusieron en ruta. Las expediciones previstas prometían ser de una incomodidad y dificultad extrema. En aquellos años, la península no acababa de salir de su profundo atraso. Y ello teniendo en cuenta que, desde la subida al poder de Primo de Rivera en 1923, con el fin de acabar con el paro, el dictador había iniciado una modernización en la red de carreteras. El consumo en aquella España era muy restringido, el mercado estaba desarticulado. No había estructuras hoteleras, ni servicio de restaurantes; todo ello dificultaba mucho los viajes. Entonces, muy pocos españoles tenían coche; de hecho en las zonas rurales no existían. Por ello, gracias a los viajeros, en muchos pueblos españoles los lugareños tuvieron la oportunidad de ver un coche por primera vez en su vida.

A pesar de que el coche era un modelo de lujo, durante la expedición tuvo una gran cantidad de averías. Las tiradas eran muy largas, por caminos que a veces estaban en condiciones pésimas y por una orografía tan montañosa como es en general la española. Para llegar a muchos de los pueblos que visitaron, los turistas tuvieron que dejar detrás las carreteras principales e ir por caminos sin asfaltar. El vehículo si se averiaba era algo que llevaba aparejado una complicación añadida, no era fácil encontrar material de recambio ni personal cualificado para repararlo. También resultaba difícil reponer combustible por la falta de gasolineras.

Viaje por España para retratar edificios para la construcción del Pueblo Español, Tres personas, ante un coche aparcado, a la entrada de un pueblo. 1927. AFB.

Por otro lado, ¡oh sorpresa! el chofer no era ningún experto en automóviles, sino que él lo era en ¡tartanas! Porque ¿quién era este personaje que condujo durante tantos quilómetros y peripecias a los cuatro amigos? El chofer de la Hispano-Suiza se llamaba Santiago y era el conductor de una tartana que había en Montjuïc y que llevaba a los técnicos de un lado a otro de las obras de la Exposición. El viaje, larguísimo, con un inexperto aficionado al volante, tuvo que ser durísimo.

Los viajeros también tuvieron que sufrir las inclemencias del tiempo, que en algunas zonas de la península era muy extremo. Se encontraron con tempestades, granizadas, y también tuvieron que soportar el intenso frío y el calor.

En las comunicaciones no existía la tecnología sofisticada como actualmente. La humilde máquina de escribir no resistió los vaivenes constantes del coche y en un determinado instante se estropeó sin remedio. A partir de aquí, toda la correspondencia tuvo que hacerse a mano.

Actividades y fiestas

En el Pueblo Español se realizaron infinidad de actos desde la inauguración de la Exposición Internacional, el 20 de mayo de 1929, hasta el 15 de enero de un año después, en que se clausuró. Se programaban tanto a la tarde como a horas nocturnas: verbenas, fiestas populares con bailes celebradas en el entoldado que se colocó en la Plaza Mayor, concursos y danzas de diferentes regiones españolas. Aquí, en la Plaza Mayor, se llegaron a celebrar corridas con toreros  vestidos de forma tradicional y caballos preparados para picadores. Se determinó, también, que en la misma Plaza se hiciesen justas y torneos a la antigua usanza.

Cartell de 1929. Autor: Nogués Casas, Xavier. AFB

Para dar color y vistosidad al recinto se estableció que en los balcones se pusieran colgaduras, y que la gente que trabajaba en el Pueblo vistiera de manera típica. Esta cláusula del reglamento del Pueblo se inscribía dentro de una moda que estaba muy en boga en aquella época. A veces, incluso la reina se vestía de lagarterana.

Al anunciar las fiestas, se aclaraba que todas las jóvenes que participarían, ya fuesen artistas o comparsas, tenían que ser de belleza extraordinaria: “se reclutarán entre lo más bello que exista en los centros de contratación de esta clase de artistas. Madrid, Valencia, Barcelona”.

La Guerra Civil pasa por el Pueblo Español: el Campo de Trabajo número 1

Se conoce poco de la trayectoria que el Pueblo Español siguió durante la primera etapa de la Segunda República (1931-1939). Las noticias aisladas nos indican que durante aquella etapa el recinto continuó teniendo una vida diurna y nocturna muy activa.

Durante la Guerra Civil la Plaza Mayor del Pueblo sirvió de escenario para llevar a cabo diferentes actos, sobre todo se programaban festivales en los que se bailaban danzas típicas catalanas. De estos acontecimientos ha quedado constancia gracias al material fotográfico que se ha conservado.

Pero a medida que el conflicto avanzaba el recinto fue perdiendo su vocación festiva y amable dejando de recibir visitantes curiosos. La pátina de irrealidad idílica que lo envolvía fue barrida brutalmente por la realidad bélica, que convirtió el recinto en un escenario más de la conflagración. En el que es seguramente el periodo más desconocido de su historia, el Pueblo Español se convirtió en un campo de internamiento de prisioneros.

Todo empezó cuando Joan García Oliver, miembro destacado de la FAI, fue nombrado ministro de Justicia. Por un decreto del 26 de diciembre de 1936 se crearon en España los llamados eufemísticamente “campos de trabajo”. En Catalunya no empezaron a instalarse hasta la primavera de 1938, cuando el gobierno de la República concentró la represión contra la llamada “quinta columna”. Se creó una policía política, el Servició de Investigación Militar (SIM). Actuó en todo el país, pero fue especialmente activo en Catalunya, después de prescindir de las atribuciones del gobierno de la Generalitat. El Gobierno central encargó al SIM que organizase y administrase los campos de trabajo. Para estas funciones, este organismo estableció la sede principal en el Pueblo Español.

La organización de los campos estaba cuidadosamente escondida de la curiosidad pública de acuerdo con la estrategia de secretismo propia del SIM. Los signos visibles de la organización eran más bien escasos; el más importante era, sin duda, el cartel colgado a la entrada principal del recinto, en la llamada puerta de Ávila. Señalaba que allí estaba la sede de la administración de los campos de trabajo que dependía del SIM y del Ministerio de Defensa Nacional. El rótulo decía: “Ministerio de Defensa Nacional – Organización de Campos de Trabajo.

El Pueblo recibió también la denominación de “Campo de Trabajo número 1”. Pero dada la idiosincrasia del conjunto, este nombre de “campo de trabajo” atribuido por el SIM al Pueblo Español era puramente formal. En realidad, en el recinto se congregaron, casi siempre de manera temporal, presos  personas procedentes de las diferentes prisiones de Catalunya. En el Pueblo se reunieron las sucesivas remesas de reclusos que salieron de la Modelo en dos grandes expediciones los días 23 de abril y 19 de mayo de 1938. Otros grupos, más reducidos, se movieron los días 26 y 27 de julio, 16 de agosto y 6 de septiembre de aquel mismo  año 1938.

El Pueblo era un centro complejo; estaban las oficinas del SIM, diversos almacenes de víveres para el personal del Servicio, y talleres que compartían las mismas dependencias. Pero era un campo atípico y diferente de otros muchos que se establecían por tierras catalanas. Constituía un complejo penitenciario integrado por las instalaciones del mismo Pueblo Español, el edificio del ex -seminario diocesano y, durante un tiempo, las instalaciones del llamado Palacio de las Misiones. Como puede observarse, tenía diversas atribuciones.

Por otro lado, cumplía las funciones de una prisión urbana, alojaba un grupo numeroso de presos recluidos primero en el Palacio de las Misiones y más tarde en el edificio del ex seminario diocesano de la calle Diputación. Los presos salían diariamente a trabajar en diferentes lugares de la ciudad.

Además, alojaba un centro de investigación policial del SIM en el cual ciertos prisioneros eran sometidos a interrogatorios antes de darles el destino definitivo. En el interior del Pueblo había celdas o habitaciones destinadas a la custodia de los presos. Como se ha comentado, constituía oficialmente el campo madre de otros campos establecidos en tierras catalanas y era la sede, en sus primeros tiempos, del inspector general de los campos de trabajo.

Había, también, una dependencia que se convirtió en prisión de mujeres, gestionada por el mismo SIM. Las reclusas tenían que trabajar en la confección de los uniformes de los vigilantes del Servicio.

Los presos eran tanto preventivos como penados y gubernativos. Los comunes eran mezclados con los considerados fascistas y con los que militaban en organizaciones de izquierda (POUM o el anarquismo principalmente)

A finales de 1938 los campos fueron clausurados y los internados que quedaban fueron obligados a realizar una retirada larga y penosa hacia la frontera francesa.

Curiosamente, fue también en aquel momento cuando el Pueblo de convirtió, por primera vez, en plató cinematográfico. Aquel mismo 1938, el escritor André Malraux estaba rodando la película “Sierra de Teruel”, una adaptación de su novela “L’espoir”, sobre la Guerra Civil española. Malraux y Max Aub, que era su ayudante de dirección, supieron sacar gran partido del Pueblo, donde rodaron algunas escenas de la película. Los dos amigos vieron en la magnífica reproducción de calles, plazas y casas de diferentes poblaciones un lugar idóneo para ambientar su obra: así pues, la guerra real y la guerra  ficcionalizada convivieron brevemente en el Pueblo Español.

Referencias

Bengoechea, Soledad. (2004). Els secrets del Poble Espanyol, 1929-2004- Barcelona: PEMSA.